[00:00:00] El Príncipe Nicolás Maquiavelo [00:00:08] Dedicatoria [00:00:10] Los que desean congraciarse con un príncipe suelen presentársele con aquello que reputan [00:00:17] por más precioso entre lo que poseen o con lo que juzgan más ha de agradarle. De ahí [00:00:25] Ahí que se vea que muchas veces le son regalados caballos, armas, telas de oro, piedras preciosas [00:00:33] y parecidos adornos dignos de su grandeza. [00:00:38] Deseando pues presentarme ante vuestra magnificencia con algún testimonio de mi sometimiento, [00:00:45] no he encontrado entre lo poco que poseo, nada que me sea más querido o que tanto estime [00:00:52] como el conocimiento de las acciones de los hombres, adquirido gracias a una larga experiencia [00:00:59] de las cosas modernas y a un incesante estudio de las antiguas. [00:01:05] Acciones que luego de examinar y meditar durante mucho tiempo y con gran seriedad, he encerrado [00:01:13] en un corto volumen que os dirijo. Y aunque juzgo esta obra indigna de vuestra magnificencia, [00:01:21] por eso confío menos en que sabréis aceptarla, considerando que no puedo haceros mejor regalo [00:01:29] que poneros en condición de pueder entender, en brevísimo tiempo, todo cuanto he aprendido [00:01:36] en muchos años y a costa de tantos insabores y peligros. No he adornado ni hinchado esta [00:01:44] obra con cláusulas interminables, ni con palabras ampulosas y magníficas, ni con [00:01:52] cualesquiera atractivos o adornos extrínsecos, cual muchos suelen hacer con sus cosas, porque [00:02:01] es querido, o que nada la honre, o que sólo la variedad de la materia y la gravedad del [00:02:08] tema la hagan grata. No quiero que se mire como presunción el que un hombre de humilde [00:02:15] cuna se atreva a examinar y criticar el gobierno de los príncipes. Porque así como aquellos [00:02:23] que dibujan un paisaje se colocan en el llano para apreciar mejor los montes y los lugares [00:02:30] altos, y para apreciar mejor el llano escalan los montes, así para conocer bien la naturaleza [00:02:37] de los pueblos, hay que ser príncipe, y para conocer la de los príncipes, hay que [00:02:44] pertenecer al pueblo. Acoja pues, vuestra magnificencia, este modesto obsequio, con [00:02:53] el mismo ánimo con que yo lo hago. Si lo lee y medita con atención, descubrirá en [00:03:00] él un vivísimo deseo mío, el de que vuestra magnificencia llegue a la grandeza que el [00:03:09] destino y sus virtudes le auguran. Y si vuestra magnificencia, desde la cúspide de su altura, [00:03:17] vuelve alguna vez la vista hacia este llano, comprenderá cuán inmerecidamente soporto [00:03:25] una grande y constante malignidad de la suerte. [00:03:32] CAPÍTULO I [00:03:33] De las distintas clases de principados y de la forma en que se adquieren. [00:03:41] Todos los estados, todas las denominaciones que han ejercido y ejercen soberanía sobre [00:03:48] los hombres han sido y son repúblicas o principados. Los principados son o hereditarios, [00:03:57] cuando una misma familia ha reinado en ellos largo tiempo, o nuevos. Los nuevos o los son [00:04:06] del todo, como lo fue Milán bajo Francisco Esforza, o son como miembros agregados al [00:04:14] estado hereditario del príncipe que los adquiere como es el reino de Nápoles para el rey de [00:04:22] España. Los dominios así adquiridos están acostumbrados a vivir bajo un príncipe o [00:04:29] a ser libres y se adquieren por las armas propias o por las ajenas, por la suerte o [00:04:37] por la virtud. [00:04:38] CAPÍTULO II. DE LOS PRINCIPADOS HEREDITARIOS. Dejaré a un lado el discutir sobre las repúblicas, [00:04:50] porque ya en otra ocasión lo he hecho extensamente. Me dedicaré solo a los principados, para [00:04:57] ir tejiendo la urdimbre de mis opiniones y establecer cómo pueden gobernarse y conservarse [00:05:06] tales principados. En primer lugar, me parece que es más fácil [00:05:12] conservar un estado hereditario acostumbrado a una dinastía que uno nuevo, ya que basta [00:05:19] con no alterar el orden establecido por los príncipes anteriores y contiemporizar después [00:05:27] con los cambios que puedan producirse. De tal modo que, si el príncipe es de mediana [00:05:34] inteligencia, se mantendrá siempre en su estado, a menos que una fuerza arrolladora [00:05:41] lo arroje de él. Y aunque así sucediese, solo tendría que esperar para reconquistarlo [00:05:50] a que el usurpador sufriera el primer tropiezo. Tenemos en Italia, por ejemplo, al duque de [00:05:57] de Cerrada que no resistió los asaltos de los venecianos en 1484 ni los del Papa Julio [00:06:06] II en 1510, por motivos distintos de la antigüedad de su soberanía en el dominio. Porque el [00:06:15] príncipe natural tiene menos razones y menor necesidad de ofender. De donde es lógico [00:06:24] que sea más amado. Y a menos que vicios excesivos le atraigan el odio, es razonable que le quieran [00:06:33] con naturalidad lo suyos, y en la antigüedad y continuidad de la dinastía se borran los [00:06:40] recuerdos y los motivos que la trajeron, pues un cambio deja siempre la piedra angular para [00:06:49] la edificación de otro. [00:06:52] Puesto 3. De los principados mixtos. [00:06:58] Pero las dificultades existen en los principados nuevos. Y si no es nuevo del todo, sino como [00:07:06] miembro agregado a un conjunto anterior, que puede llamarse así mixto, sus incertidumbres [00:07:13] nacen en primer lugar de una natural dificultad que se encuentra en todos los principados [00:07:20] nuevos. Dificultad que estriba en que los hombres [00:07:24] cambian con gusto de señor, creyendo mejorar. Y esta creencia los impulsa a tomar las armas [00:07:32] contra él. En lo cual se engañan, pues luego la experiencia les enseña que han empeorado. [00:07:42] Esto resulta de otra necesidad natural y común que hace que el príncipe se vea obligado [00:07:47] a ofender a sus nuevos súbditos con tropas o con mil vejaciones que el acto de la conquista [00:07:55] lleva consigo. De modo que tienes por enemigos a todos los que has ofendido al ocupar el [00:08:02] Principado, y no puedes conservar como amigos a los que te han ayudado a conquistarlo, porque [00:08:10] no puedes satisfacerlos como ellos esperaban, y puesto que les estás obligado, tampoco [00:08:17] puedes emplear medicinas fuertes contra ellos, porque siempre, aunque se descanse en ejércitos [00:08:23] puederosísimos, se tiene necesidad de la colaboración de los provincianos para entrar en una provincia. [00:08:34] Por estas razones, Luis XII, rey de Francia, ocupó rápidamente a Milán y rápidamente [00:08:41] lo perdió. Y bastaron la primera vez para arrebatárselo las mismas fuerzas de Ludovico, [00:08:50] porque los pueblos que le habían abierto las puertas, al verse defraudados en las esperanzas [00:08:55] que sobre el bien futuro habían abrigado, no podían soportar con resignación las imposiciones [00:09:03] del nuevo príncipe. Bien es cierto que los territorios rebelados se pierden con más [00:09:10] dificultad cuando se conquistan por segunda vez, porque el señor, aprovechándose de [00:09:16] la rebelión, vacila menos en asegurar su pueder, castigando a los delincuentes, vigilando [00:09:24] a los sospechosos y reforzando las partes más débiles. De modo que, si para hacer [00:09:31] perder Milán a Francia, bastó la primera vez con Duque Ludovico que hiciese un poco [00:09:38] de ruido en las fronteras, para hacérselo perder la segunda, se necesitó que todo el [00:09:44] mundo se concertase en su contra y que sus ejércitos fuesen aniquilados y arrojados [00:09:51] de Italia, lo cual se explica por las razones antedichas. [00:09:57] Desde luego Francia perdió a Milán tanto la primera como la segunda vez. Las razones [00:10:03] generales de la primera ya han sido discurridas, quedan ahora las de la segunda, y queda el [00:10:09] ver los medios de que disponía o de que hubiese podido disponer alguien que se encontrara [00:10:16] en el lugar de Luis XII para conservar la conquista mejor que él. Estos estados, que [00:10:24] al adquirirse se agregan a uno más antiguo, o son de la misma provincia y de la misma [00:10:29] lengua o no lo son. Cuando lo son, es muy fácil conservarlos, sobre todo cuando no [00:10:37] están acostumbrados a vivir libres, y para afianzarse en el pueder, basta con haber borrado [00:10:44] la línea del príncipe que los gobernaba, porque por lo demás, y siempre que se respeten [00:10:51] sus costumbres y las ventajas de que gozaban, los hombres permanecen sosegados, como se [00:10:59] visto en el caso de Borgoña, Bretaña, Gascuña y Normandía, que están unidas a Francia desde [00:11:07] hace tanto tiempo. Y aún cuando hay alguna diferencia de idioma, sus costumbres son parecidas [00:11:15] y pueden convivir en buena armonía. Y quien nos adquiera, si desea conservarlos, debe tener [00:11:23] dos cuidados. Primero, que la descendencia del anterior príncipe desaparezca. Después, [00:11:32] que ni sus leyes ni sus tributos sean alterados. Y se verá que en brevísimo tiempo el principado [00:11:39] adquirido pasa a constituir un solo y mismo cuerpo con el principado conquistador. [00:11:47] Pero cuando se adquieren estados en una provincia con idioma, costumbres y organización diferentes, [00:11:55] surgen entonces las dificultades y se hace precisa mucha suerte y mucha habilidad para [00:12:02] conservarlos. Y uno de los mejores y más eficaces remedios sería que la persona que [00:12:09] los adquiriera fuese a vivir en ellos. Esto haría más segura y más duradera la posesión, [00:12:17] como ha hecho el turco con Grecia, ya que, a despecho de todas las disposiciones tomadas [00:12:24] para conservar aquel Estado, no habría conseguido retenerlo si no hubiese ido a establecerse [00:12:31] allí. Porque de esta manera ven a hacer los desórdenes y se los puede reprimir con prontitud. [00:12:41] pero residiendo en otra parte se entera uno cuando ya son grandes y no tienen remedio. [00:12:47] Además, los representantes del príncipe no pueden saquear la provincia, y los súbditos [00:12:54] están más satisfechos porque pueden recurrir a él fácilmente y tienen más oportunidades [00:13:01] para amarlo si quieren ser buenos y para temerlo si quieren proceder de otra manera. [00:13:10] Los extranjeros que desearan apuederarse del estado tendrían más respeto, de modo que, [00:13:17] habitando en él, sólo con muchísima dificultad podrá perderlo. [00:13:24] Otro buen remedio es mandar colonias a uno o dos lugares que sean como llaves de aquel [00:13:29] estado, porque es preciso hacer esto o mantener numerosas tropas. [00:13:36] En las colonias no se gasta mucho, y con esos pocos gastos se las gobierna y conserva, y [00:13:42] solo se perjudica a aquellos a quienes se arrebatan los campos y las casas para darnos [00:13:50] a los nuevos habitantes que forman una mínima parte de aquel estado. [00:13:56] Y como los damnificados son pobres y andan dispersos, jamás pueden significar peligro. [00:14:02] Y en cuanto a los demás, como por una parte no tienen motivos para considerarse perjudicados, [00:14:10] y por la otra temen incurrir en falta y exponerse a que les suceda lo que a los despojados se [00:14:17] quedan tranquilos. [00:14:20] Concluyo que las colonias no cuestan, que son más fieles y entrañan menos peligro, [00:14:27] y que los damnificados no pueden causar molestias porque son pobres y están aislados, como [00:14:34] ya he dicho. Ha de notarse pues que a los hombres hay que conquistarlos o eliminarlos, [00:14:43] porque si se vengan de las ofensas leves, de las graves no pueden. Así que la ofensa [00:14:49] que se haga al hombre debe ser tal que le resulte imposible vengarse. [00:14:56] Si en vez de las colonias se emplea la ocupación militar, el gasto es mucho mayor, porque el [00:15:02] mantenimiento de la guardia absorbe las rentas del Estado y la adquisición se convierte [00:15:08] en pérdida, y además se perjudica e incomoda a todos con el frecuente cambio del alojamiento [00:15:16] de las tropas. Incomodidad y perjuicio que todos sufren y por los cuales todos se vuelven [00:15:23] enemigos. Y son enemigos que deben temerse aun cuando permanezcan encerrados en sus casas. [00:15:32] La ocupación militar es, pues, desde cualquier punto de vista, tan inútil como útiles son [00:15:39] las colonias. El príncipe que anexe una provincia de costumbres, lengua y organización [00:15:47] distintas a las de la suya, debe también convertirse en paladín y defensor de los [00:15:53] vecinos menos puederosos, ingeniarse para debilitar a los de mayor puederío y cuidarse de que, [00:16:02] ningún pretexto, entre en su estado un extranjero tan puederoso como él. [00:16:10] Porque siempre sucede que el recién llegado se pone de parte de aquellos que, por ambición [00:16:15] o por miedo, están descontentos de su gobierno. Como ya se vio cuando los etolios llamaron [00:16:23] a los romanos a Grecia, los invasores entraron en las demás provincias llamados por sus [00:16:29] propios habitantes. Lo que ocurre comúnmente es que, no bien un extranjero puederoso entra [00:16:36] en una provincia, se le adhieren todos los que sienten envidia del que es más fuerte [00:16:44] entre ellos. De modo que el extranjero no necesita gran fatiga para ganarlos a su causa, [00:16:52] ya que enseguida y de buena gana forman un bloque con el estado invasor. [00:16:59] tienen que preocuparse de que después sus aliados no adquieran demasiada fuerza y autoridad, [00:17:06] cosa que puede hacer fácilmente con sus tropas que abatirán a los puederosos y lo dejarán [00:17:13] árbitro único de la provincia. El que, en lo que a esta parte se refiere, no gobierne [00:17:21] bien, perderá muy pronto lo que hubiese conquistado, y aún cuando lo conserve, tropezará con infinitas [00:17:28] dificultades y obstáculos. Los romanos, en las provincias de las cuales se hicieron dueños, [00:17:36] observaron perfectamente estas reglas. Establecieron colonias, respetaron a los menos puederosos [00:17:44] sin aumentar su pueder, avasallaron a los puederosos y no permitieron adquirir influencia [00:17:51] en el país a los extranjeros puederosos. Y quiero que me baste lo sucedido en la provincia [00:17:59] de Grecia como ejemplo. Fueron respetados a Cayos y Etolios, fue sometido el reino de [00:18:06] los macedonios, fue expulsado Antíoco, y nunca los méritos que hicieron a Cayos o [00:18:14] Etolios los llevaron a permitirles expansión alguna, ni las palabras de Filipo los indujeron [00:18:21] a tenerlo como amigo sin someterlo, ni el pueder de Antíoco pudo hacer que consintiesen [00:18:30] en darle ningún estado en la provincia. Los romanos hicieron en estos casos lo que [00:18:37] todo príncipe prudente debe hacer, lo cual no consiste simplemente en preocuparse de [00:18:43] los desórdenes presentes, sino también de los futuros, y de evitar los primeros a cualquier [00:18:51] precio, porque previniéndoles a tiempo se pueden remediar con facilidad, pero si se [00:18:59] espera a que progresen, la medicina llega a deshora, pues la enfermedad se ha vuelto [00:19:05] incurable. Sucede lo que los médicos dicen del tísico, [00:19:11] que al principio su mal es difícil reconocer, pero fácil de curar, mientras que, con el [00:19:17] el transcurso del tiempo, al no haber sido conocido ni atajado, se vuelve fácil de conocer, [00:19:25] pero difícil de curar. Así pasa en las cosas del Estado. Los males que nacen en él, cuando [00:19:33] se los descubre a tiempo, lo que sólo es dado al hombre Sagaz, se los cura pronto. [00:19:41] Pero ya no tienen remedio cuando, por no haberlos advertido, se los deja crecer hasta el punto [00:19:47] de que todo el mundo los ve. Pero como los romanos vieron con tiempo los inconvenientes, [00:19:55] los remediaron siempre, y jamás les dejaron seguir su curso por evitar una guerra, porque [00:20:03] sabían que una guerra no se evita, sino que se difiere para provecho ajeno. [00:20:11] La declararon pues a Filippo y a Antíoco en Grecia, para no verse obligados a sostenerla [00:20:18] en Italia. Y aunque entonces podían evitarla tanto en una como en otra parte, no lo quisieron. [00:20:27] Nunca fueron partidarios de ese consejo que está en boca de todos los sabios de nuestra [00:20:32] época. Hay que esperarlo todo del tiempo. Prefirieron confiar en su imprudencia y en [00:20:40] su valor, no ignorando que el tiempo puede traer cualquier cosa consigo y que puede [00:20:47] engendrar tanto el bien como el mal, y tanto el mal como el bien. [00:20:55] Pero volvamos a Francia y examinemos si se ha hecho algo de lo dicho. [00:21:02] Hablaré no de Carlos, sino de Luis, es decir, de aquel que, por haber dominado más tiempo [00:21:09] en Italia nos ha permitido apreciar mejor su conducta. Y se verá cómo ha hecho lo contrario [00:21:18] de lo que debe hacerse para conservar un Estado de distinta nacionalidad. [00:21:25] El rey Luis fue llevado a Italia por la ambición de los venecianos que querían, gracias a [00:21:32] a su intervención, conquistar la mitad de Lombardía. Yo no pretendo censurar la decisión [00:21:40] por el rey, porque si tenía el propósito de empezar a introducirse en Italia, y carecía [00:21:46] de amigos, y todas las puertas se le cerraban a causa de los desmanes del rey Carlos, no [00:21:53] podía menos que aceptar las amistades que se le ofrecían. Y habría triunfado en su [00:21:59] su designio, si no hubiera cometido error alguno en sus medidas posteriores. Conquistada [00:22:06] pues la Lombardía, el rey pronto recobró para Francia la reputación que Carlos le [00:22:13] había hecho perder. Génova accedió. Los florentinos le brindaron su amistad. El marqués [00:22:21] de Mantua, el duque de Ferrara, los ventiboglio, la señora de Forli, los señores de Faenza, [00:22:30] de Pésaro, de Rimini, de Camerino y de Pionvino, los luqueses, los pisanos y los sieneses, [00:22:40] todos trataron de convertirse en sus amigos. Y entonces pudieron comprender los venecianos [00:22:48] la temeridad de su ocurrencia. Para apuederarse de dos ciudades de Lombardía, hicieron al [00:22:55] rey dueño de las dos terceras partes de Italia. [00:23:00] Considérese ahora con qué facilidad el rey podía conservar su influencia en Italia, [00:23:07] con tal de haber observado las reglas enunciadas y defendido a sus amigos, que por ser numerosos [00:23:14] y débiles, y temer unos a los venecianos y otros a la iglesia, estaban siempre necesitados [00:23:21] de su apoyo, y por medio de ellos contener sin dificultad a los pocos enemigos grandes [00:23:29] que quedaban. Pero pronto obró al revés en Milán al ayudar [00:23:35] al Papa Alejandro para que ocupase la Romaña. No advirtió de que con esta medida perdía [00:23:42] sus amigos y a los que se habían puesto bajo su protección, y al par que debilitaba sus [00:23:49] propias fuerzas, engrandecía la Iglesia, añadiendo tanto pueder tiemporal al espiritual [00:23:57] que ya bastante autoridad le daba. Y cometido un primer error, hubo que seguir por el mismo [00:24:04] camino. Y para poner fin a la ambición de Alejandro e impedir que se convirtiese en [00:24:10] señor de Toscana, se vio obligado a volver a Italia. No le bastó haber engrandecido [00:24:17] a la iglesia y perdido a sus amigos, sino que, para gozar tranquilo del reino de Nápoles, [00:24:25] lo compartió con el rey de España. Y donde él era antes árbitro único, puso un compañero [00:24:33] para que los ambiciosos y descontentos de la provincia tuviesen a quien recurrir, y [00:24:41] donde podía haber dejado a un rey tributario, llamó a alguien que podía echarlo a él. [00:24:48] El ansia de conquista es sin duda un sentimiento muy natural y común, y siempre que lo hagan [00:24:55] los que pueden, antes serán alabados que censurados. Pero cuando intentan hacerlo a [00:25:03] a toda costa los que no pueden, la censura es lícita. Si Francia podía, pues, con sus [00:25:11] fuerzas apuederarse de Nápoles, debía hacerlo, y si no podía, no debía dividirlo. Si el [00:25:20] reparto que hizo de Lombardía con los venecianos era excusable porque le permitió entrar en [00:25:27] Italia, lo otro, que no estaba justificado por ninguna necesidad, es reprobable. Luis [00:25:36] cometió pues cinco faltas. Anihiló a los débiles. Aumentó el pueder [00:25:43] de un puederoso de Italia. Introdujo en ella a un extranjero más puederoso aún. No se [00:25:50] estableció en el territorio conquistado y no fundó colonias. Y, sin embargo, estas [00:25:59] faltas, por lo menos en vida de él, podían no haber traído consecuencias desastrosas [00:26:06] si no hubiese cometido la sexta, la de despojar de su estado a los venecianos. Porque, en [00:26:14] vez de hacer fuerte a la Iglesia y de poner a España en Italia, era muy razonable y hasta [00:26:20] necesario que los sometiese. Pero cometido el error, nunca debió consentir en la ruina [00:26:28] de los venecianos, pues puederosos como eran, habrían mantenido a los otros siempre distantes [00:26:36] de toda acción contra Lombardía, ya porque no lo hubiesen permitido, sino para ser ellos [00:26:44] mismos los dueños, ya porque los otros no hubiesen querido arrebatárselo a Francia [00:26:51] para dársela a los venecianos, y para atacar a ambos a la vez les hubiese faltado audacia. [00:26:59] Y si alguien dijese que el rey Luis cedió la Romaña a Alejandro y el reino a España [00:27:05] para evitar la guerra, contestaría con las razones antes enunciadas, que para evitar [00:27:13] una guerra nunca se debe dejar que sin desorden siga su curso, porque no se la evita, sino [00:27:21] que se la posterga en perjuicio propio. Y si otros alegasen que el rey había prometido [00:27:27] al Papa ejecutar la empresa en su favor para obtener la disolución de su matrimonio y [00:27:34] el capelo de Ruán, respondería con lo que más adelante se dirá acerca de la fe de [00:27:42] de los príncipes y del modo de observarla. El rey Luis ha perdido, pues, la Lombardía, [00:27:50] por no haber seguido ninguna de las normas que siguieron los que conquistaron provincias [00:27:56] y quisieron conservarlas. No se trata de milagro alguno, sino de un hecho muy natural y lógico. [00:28:06] Así se lo dije en antes al cardenal de Ruán llamado el Valentino, como era llamado por [00:28:12] por el pueblo César Borgia, hijo del Papa Alejandro que ocupaba la Romaña. Como me [00:28:19] dijera el cardenal de Rouen que los italianos no entendían nada de las cosas de la guerra, [00:28:26] yo tuve que contestarle que los franceses entendían menos de las que se refieren al [00:28:32] Estado, porque de lo contrario no hubiesen dejado que la Iglesia adquiriese tanta influencia. [00:28:40] Y ya se ha visto cómo, después de haber contribuido a crear la grandeza de la Iglesia [00:28:46] y de España en Italia, Francia fue arruinada por ellas. [00:28:53] De lo cual se infiere una regla general que rara vez o nunca falla, que el que ayuda a [00:28:59] otro a hacerse puederoso causa su propia ruina. [00:29:03] Porque es natural que el que se ha vuelto puederoso resele de la misma astucia o de la [00:29:10] misma fuerza, gracias a las cuales se le ha ayudado. [00:29:17] Capítulo 4 ¿Por qué el reino de Dario, ocupado por Alejandro, no se sublebó contra los sucesores [00:29:26] de éste después de su muerte? [00:29:31] Consideradas las dificultades que encierra el conservar un estado recientemente adquirido, [00:29:38] Alguien podría preguntarse con asombro a qué se debe que, hecho Alejandro Magno, dueño [00:29:45] de Asia, en pocos años, y muerto apenas ocupaba, sus sucesores, en circunstancias en que hubiese [00:29:54] sido muy natural que el Estado se revelase, lo retuvieron en sus manos, sin otros obstáculos [00:30:02] que los que por ambición surgieron entre ellos. [00:30:07] que todos los principados de que se guarda memoria, han sido gobernados de dos modos [00:30:14] distintos, o por un príncipe que elige de entre sus siervos, que lo son todos, los ministros [00:30:22] que lo ayudarán a gobernar, o por un príncipe asistido por nobles que, no a la gracia del [00:30:29] del Señor, sino a la antigüedad de su linaje, deben la posición que ocupan. Estos nobles [00:30:37] tienen estados y súbditos propios, que los reconocen por señores y les tienen natural [00:30:44] afección, mientras que en los estados gobernados por un príncipe asistido por siervos, el [00:30:53] El Príncipe goza de mayor autoridad, porque en toda la provincia no se reconoce soberano [00:31:01] sino a él, y si se obedece a otro, a quien además no se tiene particular amor, sólo [00:31:09] se lo hace por tratarse de un ministro y magistrado del Príncipe. [00:31:16] Los ejemplos de estas dos clases de gobierno se hallan hoy en el Turco y en el Rey de Francia. [00:31:22] Toda Turquía está gobernada por un solo señor, del cual los demás habitantes son [00:31:29] siervos. [00:31:32] Un señor que divide su reino en Sanjacados, nombra a sus administradores y los cambia [00:31:39] y reemplaza a su antojo. [00:31:42] En cambio, el rey de Francia está rodeado por una multitud de antiguos nobles que tienen [00:31:48] sus prerrogativas, que son reconocidos y amados por sus súbditos y que son dueños de un [00:31:56] Estado que el reino puede arrebatarles sin exponerse. [00:32:00] Así, si se examina uno y otro gobierno, se verá que hay en efecto dificultad para conquistar [00:32:10] el Estado del Turco, pero que, una vez conquistado, es muy fácil conservarlo. [00:32:17] Las razones de la dificultad para apuederarse del reino del turco residen en que no se puede [00:32:25] esperar ser llamado por los príncipes del Estado ni confiar en que su rebelión facilitará [00:32:33] la empresa. Porque siendo esclavos y deudores del príncipe, no es nada fácil sobornarlos. [00:32:42] Y aunque se consiguiese, de poca utilidad sería, ya que, por las razones enumeradas, [00:32:51] los traidores no podrían arrastrar consigo al pueblo. [00:32:56] De donde quien piense en atacar al turco reflexione antes en que hallará el Estado Unido, y confíe [00:33:05] más en sus propias fuerzas que en las intrigas ajenas. [00:33:11] pero una vez vencido y derrotado en campo abierto, de manera que no pueda rehacer sus [00:33:17] ejércitos, ya no hay que temer sino a la familia del Príncipe, y extinguida esta no [00:33:25] queda nadie que signifique peligro, pues nadie goza de crédito en el pueblo. [00:33:32] Y como antes de la victoria el vencedor no podía esperar nada de los ministros del Príncipe, [00:33:41] debe temer después de ella. Lo contrario sucede en los reinos organizados [00:33:49] como el de Francia, donde, si te traes a algunos de los nobles, que siempre existen descontentos [00:33:57] y amigos de las mudanzas, fácil te será entrar. Estos, por las razones ya dichas, [00:34:07] abrirte el camino y facilitarte la conquista. Pero si quieres mantenerla, tropezarás después [00:34:15] con infinitas dificultades y tendrás que luchar contra los que te han ayudado y contra [00:34:22] los que has oprimido. No bastará que extermines la raza del príncipe, [00:34:30] quedarán los nobles que se harán cabecillas de los nuevos movimientos y como no podrás [00:34:36] conformarlos ni matarlos a todos, perderás el estado en la primera oportunidad que se [00:34:42] les presente. Ahora, si se medita sobre la naturaleza del gobierno de Darío, se advertirá [00:34:50] que se parecía mucho al del turco. Por eso fue preciso que Alejandro lo derrotara completamente [00:34:58] y le cortara la campaña. Después de la victoria y muerte de Darío, [00:35:05] quedó dueño tranquilo del Estado por las razones discurridas. Y si los sucesores hubiesen [00:35:13] permanecido unidos, habrían podido gozar en paz de la conquista, porque no hubo en [00:35:21] el reino otros tumultos que los que ellos mismos suscitaron. Pero es imposible conservar [00:35:27] con tanta seguridad un estado organizado como el de Francia. [00:35:33] Por ejemplo, los numerosos principados que había en España, Italia y Grecia, explican [00:35:41] las frecuentes revueltas contra los romanos y mientras perduró el recuerdo de su existencia, [00:35:49] los romanos nunca estuvieron seguros de su conquista. [00:35:54] Pero una vez el recuerdo borrado, se convirtieron, gracias a la duración y al pueder del imperio, [00:36:02] en sus seguros dominadores. [00:36:04] Y así después pudieron, peleándose entre sí, sacar la parte que les fue posible en [00:36:12] aquellas provincias de acuerdo con la autoridad que tenían en ellas, porque habiéndose extinguido [00:36:20] la familia de sus antiguos señores, no se reconocían otros dueños que los romanos. [00:36:27] Considerando, pues, estas cosas, no se asombrará nadie de la facilidad con que Alejandro conservó [00:36:36] el estado de Asia y de la dificultad con que los otros conservaron lo adquirido como Pirro [00:36:45] y muchos otros, lo que no depende de la poca o mucha virtud del conquistador, sino de la [00:36:53] naturaleza de lo conquistado. [00:36:58] Capítulo 5. De qué modo hay que gobernar las ciudades [00:37:03] o principados que, antes de ser ocupados, se regían por sus propias leyes. Hay tres [00:37:11] modos de conservar un Estado que, antes de ser adquirido, estaba acostumbrado a regirse [00:37:17] por sus propias leyes y a vivir en libertad. Primero, destruirlo. Después, radicarse en [00:37:27] él. Por último, dejarlo regir por sus leyes, obligarlo a pagar un tributo y establecer [00:37:35] un gobierno compuesto por un corto número de personas para que se encargue de velar [00:37:41] por la conquista. Como ese gobierno sabe que nada puede sin la amistad y pueder del príncipe, [00:37:50] no ha de reparar en medios para conservarle el Estado. Porque nada hay mejor para conservar, [00:37:56] si se la quiere conservar, una ciudad acostumbrada a vivir libre que hacerla gobernar por sus [00:38:03] mismos ciudadanos. Ahí están los espartanos y los romanos como ejemplo de ello. Los espartanos [00:38:11] ocuparon a Atenas y Tebas, dejaron en ambas ciudades un gobierno oligárquico y, sin embargo, [00:38:21] las perdieron. Los romanos, para conservar a Capua, Cartago y Numancia, las arrasaron [00:38:30] y no las perdieron. Quisieron conservar a Grecia como lo habían hecho los espartanos, [00:38:37] dejándole sus leyes y su libertad, y no tuvieron éxito, de modo que se vieron obligados a [00:38:45] destruir muchas ciudades de aquella provincia para no perderla. Porque en verdad el único [00:38:53] medio seguro de dominar una ciudad acostumbrada a vivir libre es destruirla. [00:39:02] Quien se haga dueño de una ciudad así y no la aplaste, espere a ser aplastado por [00:39:08] ella. Sus rebeliones siempre tendrán por valuarte el nombre de libertad y sus antiguos [00:39:16] estatutos, cuyo hábito nunca podrá hacerle perder el tiempo ni los beneficios. [00:39:24] Por mucho que se haga y se prevea, si los habitantes no se separan ni se dispersan, [00:39:31] nadie se olvida de aquel nombre ni de aquellos estatutos, y a ellos inmediatamente recurren [00:39:38] en cualquier contingencias, como hizo Pisa, luego de estar un siglo bajo el yugo florentino. [00:39:47] Pero cuando las ciudades o provincias están acostumbradas a vivir bajo un príncipe, [00:39:54] y por la extinción de este insolinaje queda vacante el gobierno, como por un lado los [00:40:00] habitantes están habituados a obedecer y por otro no tienen a quién, y no se ponen [00:40:07] de acuerdo para elegir a uno de entre ellos, ni saben vivir en libertad, y por último [00:40:14] tampoco se deciden a tomar las armas contra el invasor, un príncipe puede fácilmente [00:40:22] conquistarlas y retenerlas. En las repúblicas, en cambio, hay más vida, más odio, más [00:40:31] ansias de venganza. El recuerdo de su antigua libertad no les concede, no puede concederles [00:40:39] un solo momento de reposo, hasta tal punto que el mejor camino es destruirlas o radicarse [00:40:48] en ellas. [00:40:51] CAPÍTULO 6 [00:40:53] De los principados nuevos que se adquieren con las armas propias y el talento personal. [00:40:59] Nadie se asombre de que, al hablar de los principados de nueva creación y de aquellos [00:41:07] en los que sólo es nuevo el príncipe, traiga yo a colación ejemplos ilustres. Los hombres [00:41:13] siguen casi siempre el camino abierto por otros y se empeñan en imitar las acciones [00:41:19] de los demás. Y aunque no es posible seguir exactamente el mismo camino ni alcanzar la [00:41:27] perfección del modelo, todo hombre prudente debe entrar en el camino seguido por los grandes, [00:41:36] e imitar a los que han sido excelsos, para que, si no los iguala en virtud, por lo menos [00:41:43] se les acerque. Y hacer como los arqueros experimentados, [00:41:48] que cuando tienen que dar en blanco muy lejano, y dado que conocen el alcance de su arma, [00:41:55] apuntan por sobre él, no para llegar a tanta altura, sino para acertar dónde se lo proponían [00:42:04] con la ayuda de mira tan elevada. Los principados de nueva creación, donde hay un príncipe [00:42:13] nuevo, son más o menos difíciles de conservar, según que sea más o menos hábil el príncipe [00:42:21] que los adquiere. Y dado que el hecho de que un hombre se convierta de la nada en príncipe, [00:42:29] presupone necesariamente talento o suerte, es de creer que una u otra de estas dos cosas [00:42:38] allana en parte muchas dificultades. Sin embargo, el que menos ha confiado en el azar, es siempre [00:42:48] el que más tiempo se ha conservado en su conquista. También facilita enormemente las [00:42:55] cosas el que un príncipe, al no poseer otros estados, se vea obligado a establecerse en [00:43:03] el que ha adquirido. Pero quiero referirme a aquellos que no se [00:43:09] convirtieron en príncipes por el azar, sino por sus virtudes. Y digo entonces que entre [00:43:17] ellos, los más ilustres, han sido Moisés, Ciro, Rómulo, Teseo y otros no menos grandes. [00:43:29] Y aunque Moisés sólo fue un simple agente de la voluntad de Dios, merece, sin embargo, [00:43:36] nuestra admiración, siquiera sea por la gracia que lo hacía digno de hablar con Dios. Pero [00:43:45] pero también son admirable Escrio y todos los demás que han adquirido o fundado reinos. [00:43:52] Y si juzgamos sus hechos y su gobierno, hallaremos que no deslucen ante los de Moisés que tuvo [00:44:00] tan gran preceptor. [00:44:02] Y si no nos detenemos a estudiar su vida y sus obras, descubriremos que no deben a la [00:44:09] la fortuna, sino al haberles proporcionado la ocasión propicia que fue el material al [00:44:17] que ellos dieron la forma conveniente. Verdad es que, sin esa ocasión, sus méritos de [00:44:24] nada hubieran valido. Pero también es cierto que, sin sus méritos, era inútil que la [00:44:31] ocasión se presentara. Fue pues necesario que Moisés hallara al pueblo de Israel esclavo [00:44:39] y oprimido por los egipcios para que ese pueblo, ansioso de salir de su sojuzgamiento, [00:44:47] se dispusiera a seguirlo. Se hizo menester que Rómulo no pudiese vivir en Alba y estuviera [00:44:55] expuesto desde su nacimiento para que llegase a ser rey de Roma y fundador de su patria. [00:45:03] tuvo que ver a los persas descontentos de la dominación de los medas, y a los medas [00:45:10] flojos e indolentes como consecuencia de una larga paz. No habría podido Teseo poner [00:45:18] de manifiesto sus virtudes si no hubiese sido testigo de la dispersión de los atenienses. [00:45:26] Por lo tanto, estas ocasiones permitieron que estos hombres realizaran felizmente sus [00:45:33] designios y, por otro lado, sus méritos permitieron que las ocasiones rindieran provecho, con [00:45:40] la cual llenaron de gloria y de dicha a sus patrias. Los que, por caminos semejantes a [00:45:47] los de aquellos, se convierten en príncipes, adquieren el principado con dificultades, [00:45:55] pero lo conservan sin sobresaltos. Las dificultades nacen en parte de las nuevas leyes y con la [00:46:03] costumbres que se ven obligados a implantar para fundar el Estado y proveer a su seguridad. [00:46:12] Pues debe considerarse que no hay nada más difícil de emprender, ni más dudoso de hacer [00:46:19] triunfar, ni más peligroso de manejar que el introducir nuevas leyes. [00:46:28] se explica. El innovador se transforma en enemigo de todos los que se beneficiaban con [00:46:35] las leyes antiguas, y no se granjea sino la amistad tibia de los que se beneficiarán [00:46:43] con las nuevas. Tibieza en estos cuyo origen es, por un lado, el temor a los que tienen [00:46:52] de su parte a la legislación antigua, y por otro, la incredulidad de los hombres que nunca [00:47:01] cían en las cosas nuevas hasta que ven sus frutos. De donde resulta que, cada vez que [00:47:09] los que son enemigos tienen oportunidad para atacar, lo hacen enérgicamente y aquellos [00:47:16] nosotros asumen la defensa con tibieza, de modo que se expone uno a caer con ellos. [00:47:25] Por consiguiente, si se quiere analizar bien esta parte, es preciso ver si esos innovadores [00:47:32] lo son por sí mismos o si dependen de otros, es decir, si necesitan recurrir a la súplica [00:47:40] para realizar su obra [00:47:42] o si pueden imponerla por la fuerza. [00:47:46] En el primer caso [00:47:48] fracasan siempre [00:47:49] y nada queda de sus intenciones [00:47:52] pero cuando sólo dependen de sí mismos [00:47:55] y pueden actuar con la ayuda de la fuerza [00:47:58] entonces [00:48:00] rara vez dejan de conseguir sus propósitos. [00:48:05] De donde se explica [00:48:07] que todos los profetas armados [00:48:09] hayan triunfado [00:48:11] y fracasado [00:48:13] todos los que no tenían armas. [00:48:16] Hay que agregar además [00:48:18] que los pueblos son tornadizos [00:48:21] y que si es fácil convencerlos de algo [00:48:25] es difícil mantenerlos fieles [00:48:27] a esa convicción, [00:48:29] por lo cual conviene estar preparados de tal manera [00:48:33] que cuando ya no crean [00:48:35] se les puede hacer creer por la fuerza. [00:48:38] Moisés, Ciro, Teseo y Rómulo no habrían podido hacer respetar sus estatutos durante [00:48:46] mucho tiempo si hubiesen estado desarmados. [00:48:51] Como sucedió en nuestros, Afraigerónimo Sabonarola, que fracasó en sus innovaciones [00:48:58] en cuanto la gente empezó a no creer en ellas, pues se encontró con que carecía de medios [00:49:05] tanto para mantener fieles en su creencia a los que habían creído como para hacer [00:49:11] creer a los incrédulos, hay que reconocer que estos revolucionarios tropiezan con serias [00:49:19] dificultades, que todos los peligros surgen en su camino y que sólo con gran valor pueden [00:49:26] superarlos. Pero vencidos los obstáculos y una vez que [00:49:31] han hecho desaparecer a los que tenían envidia de sus virtudes, viven puederosos, seguros, [00:49:39] honrados y felices. A tan excelsos ejemplos hay que agregar otro de menor jerarquía, [00:49:49] pero que guarda cierta proporción con aquellos y que servirá para todos los de igual clase. [00:49:57] el de Hierón de Siracusa, que de simple ciudadano llegó a ser príncipe sin tener otra deuda [00:50:05] con el azar que la ocasión. Pues los siracusanos oprimidos lo nombraron su capitán, y fue [00:50:15] entonces cuando hizo méritos suficientes para que lo eligiera príncipe. Y a pesar [00:50:22] de no ser noble, dio pruebas de tantas virtudes que quien ha escrito de él ha dicho [00:50:28] Hoth nill illi dirad ad reinamdum praeteregnum. [00:50:37] Licenció el antiguo ejército y creó uno nuevo. Dejó las amistades viejas y se hizo [00:50:44] de otras. Y así, rodeado por soldados y amigos adictos, pudo construir sobre tales [00:50:52] y los que tanto le había costado adquirir, poco le costó conservar. [00:51:01] CAPÍTULO VII [00:51:06] De los principados nuevos que se adquieren con armas y fortuna de otros. [00:51:13] Los que sólo por la suerte se convierten en príncipes poco esfuerzo necesitan para [00:51:19] llegar a serlo, pero no se mantienen sino con muchísimo. Las dificultades no surgen [00:51:27] en su camino, porque tales hombres vuelan, pero se presentan una vez instalados. Me refiero [00:51:34] a los que compran un estado o a los que lo obtienen como regalo, tal cual sucedió a [00:51:41] muchos en Grecia, en las ciudades de Jonia y del Elesponto, donde fueron hechos príncipes [00:51:47] por Darío, a fin de que le conservasen dichas ciudades para su seguridad y gloria. [00:51:53] Y como sucedió a muchos emperadores que llegaban al trono corrompiendo los soldados. [00:52:01] Estos príncipes no se sostienen sino por la voluntad y la fortuna, cosas ambas mudables [00:52:08] e inseguras, de quienes los elevaron, y no saben ni pueden conservar aquella dignidad, [00:52:15] No saben por qué, si no son hombres de talento y virtudes superiores, no es presumible que [00:52:21] conozcan el arte del mando, ya que han vivido siempre como simples ciudadanos. No pueden, [00:52:29] porque carecen de fuerzas que puedan serles adictas y fieles. [00:52:34] Por otra parte, los estados que nacen de pronto, como todas las cosas de la naturaleza que [00:52:41] brotan y crecen precozmente, no pueden tener raíces ni sostenerles que los defiendan del [00:52:50] tiempo adverso. Salvo que quienes se han convertido en forma tan súbita en príncipes, se pongan [00:52:57] a la altura de los que la fortuna ha depositado en sus manos y sepan prepararse inmediatamente [00:53:05] para conservarlo, y echen los cimientos que cualquier otro hecha antes de llegar al principado. [00:53:14] Acerca de estos dos modos de llegar a ser príncipe, por méritos o por suerte, quiero [00:53:21] citar dos ejemplos que perduran en nuestra memoria. El de Francisco es Forza y el de [00:53:28] de César Borgia. Francisco, con los medios que correspondían [00:53:34] y con un gran talento, de la nada se convirtió en duque de Milán y conservó con poca fatiga [00:53:42] lo que con mil afanes había conquistado. En el campo opuesto, César Borgia, llamado [00:53:50] Duque Valentino por el Bulgo, adquirió el estado con la fortuna de su padre y con la [00:53:57] de este lo perdió, a pesar de haber empleado todos los medios imaginables y de haber hecho [00:54:04] todo lo que un hombre prudente y hábil debe hacer para arraigar en un estado que se ha [00:54:11] obtenido con armas y apoyos ajenos. Porque, como ya he dicho, el que no coloca los cimientos [00:54:20] con anticipación podría colocarlos luego si tiene talento, aun con riesgo de disgustar [00:54:27] al arquitecto y de hacer peligrar el edificio. Si se examinan los progresos del duque, se [00:54:34] verá que ya había echado las bases para su futura grandeza. Y creo que no es superfluo [00:54:41] hablar de ello, porque no sabría qué mejores consejos dar a un príncipe nuevo que el ejemplo [00:54:49] de las medidas tomadas por él. Que si no le dieron el resultado apetecido, no fue culpa [00:54:56] pasuía, sino producto de un extraordinario y extremado rigor de la suerte. [00:55:04] Para hacer puederoso al duque su hijo, tenía Alejandro VI que luchar contra grandes dificultades [00:55:12] presentes y futuras. En primer lugar, no veía manera de hacerlo señor de algún estado que [00:55:20] no fuese de la Iglesia, y sabía por otra parte que ni el Duque de Milán ni los venezianos [00:55:27] le consentirían que desmembrase los territorios de la Iglesia, porque ya Azaenza y Rimini [00:55:35] estaban bajo la protección de los venezianos. Y después veía que los ejércitos de Italia, [00:55:43] y especialmente aquellos de los que hubiera podido servirse, estaban en manos de quienes [00:55:49] debían temer el engrandecimiento del Papa, y mal podía fiarse de tropas mandadas por [00:55:56] los Orsini, los Colona y sus aliados. Era pues necesario remover aquel estado de cosas [00:56:05] y desorganizar aquellos territorios para apuederarse sin riesgos de una parte de ellos. Lo que [00:56:13] que le fue fácil, porque los venecianos, movidos por otras razones, habían invitado [00:56:20] a los franceses a volver a Italia, lo cual no sólo no impidió, sino facilitó con la [00:56:26] disolución del primer matrimonio del rey Luis. De suerte que el rey entró en Italia [00:56:34] con la ayuda de los venecianos y el consentimiento de Alejandro, y no había llegado aún a Milán [00:56:42] cuando el Papa obtuvo tropas de aquel para la empresa de la Romaña a la que nadie se [00:56:49] opuso gracias a la autoridad del Rey. [00:56:54] Adquirida pues la Romaña por el Duque y derrotados los Colonna, se presentaban dos obstáculos [00:57:02] que impedían conservarla y seguir adelante. Uno, sus tropas que no le parecían adictas, [00:57:11] El otro, la Voluntad de Francia, temía que las tropas de los Orsini, de las cuales se [00:57:17] había valido, le faltasen en el momento preciso, y no solo le impidiesen conquistar más, sino [00:57:25] que le arrebatasen lo conquistado. [00:57:28] Y otro tanto temía el rey. [00:57:32] Tuvo una prueba de lo que sospechaba de los Orsini cuando, después de la toma de Faenza, [00:57:39] asaltó a Bologna, en cuyas circunstancias los vio batirse con frialdad. En lo que respecta [00:57:46] al rey descubrió sus intenciones cuando ya dueño del ducado de Urbino se vio obligado [00:57:53] a renunciar a la conquista de Toscana por su intervención y entonces decidió no depender [00:58:01] más de la fortuna en las armas ajenas. Lo primero que hizo fue debilitar a los orsini [00:58:09] y a los colonna en Roma, ganándose a su causa a cuantos nobles les eran adictos, a los cuales [00:58:17] se llanó crecidos sueldos y honró de acuerdo con sus méritos con mandos y administraciones, [00:58:25] modo que en pocos meses el afecto que tenían por aquellos se volvió por entero hacia el [00:58:31] duque. Después de lo cual, y dispersado que hubo [00:58:37] a los Colonna, esperó la ocasión de terminar con los Orsini, oportunidad que se presentó [00:58:44] bien y que él aprovechó mejor. Los Orsini, que muy tarde habían comprendido que la grandeza [00:58:51] del duque y de la iglesia generaba su ruina, celebraron una reunión en Mayone, en el territorio [00:59:00] de Perusa, de la que nacieron la rebelión de Urbino, los tumultos de Romagna y los infinitos [00:59:07] peligros por los cuales atravesó el duque. Pero éste supo conjurar todo con la ayuda [00:59:14] de los franceses, y restaurada su autoridad, el duque, que no podía fiarse de los franceses [00:59:21] ni de las demás fuerzas extranjeras, y que no se atrevía a desafiarlas, recurrió a [00:59:28] la astucia, y supo disimular también sus propósitos que los Orsini, por intermedio [00:59:36] del señor Pablo, a quien el duque colmó de favores para conquistarlo, sin escatimarle [00:59:43] dinero, trajes ni caballos, se reconciliaron inmediatamente, hasta tal punto que su candidez [00:59:52] los llevó a caer en sus manos en Sinigaglia. Exterminados pues estos jefes y convertidos [01:00:01] los partidarios de ellos en amigos suyos, el duque tenía construidos sólidos cimientos [01:00:08] para su pueder futuro, Máxime cuando poseía toda Garro Maña y el ducado de Urbino, y [01:00:17] cuando se había ganado la buena voluntad de esos pueblos, a los cuales empezaba a gustar [01:00:23] el bienestar de su gobierno. Y porque esta parte es digna de mención y de ser imitada [01:00:31] por otros conviene no pasarla por alto. Cuando el duque se encontró con que la [01:00:39] romaña conquistada estaba bajo el mando de señores ineptos que antes despojaban a sus [01:00:46] súbditos que los gobernaban y que más les daban motivos de desunión que de unión, [01:00:53] por lo cual se sucedían continuamente los robos, las riñas y toda clase de desórdenes, [01:01:00] Juzgó necesario, si se quería pacificarla y volverla dócil a la voluntad del Príncipe, [01:01:08] dotarla de un gobierno severo. [01:01:11] Eligió para esta misión a Ramiro de Horco, hombre cruel y expeditivo, a quien dio plenos [01:01:19] puederes. [01:01:21] En poco tiempo impuso éste su autoridad, restableciendo la paz y la unión. [01:01:27] Llegó entonces el Duque, innecesaria, tan excesiva autoridad, que podía hacerse odiosa, [01:01:34] y creó en el centro de la provincia, bajo la presidencia de un hombre virtuosísimo, [01:01:41] un tribunal civil en el cual cada ciudadano tenía su abogado. [01:01:46] Y como sabía que los rigores pasados habían engendrado algún odio contra su persona, [01:01:54] quiso demostrar, para aplacar la animosidad de sus súbditos y atraérselos, que, si algún [01:02:01] acto de crueldad se había cometido, no se debía él, sino a la salvaje naturaleza del [01:02:08] ministro. Y, llegada la ocasión, una mañana lo hizo exponer en la plaza de Cesena, dividido [01:02:16] en dos pedazos clavados en un palo y con un cuchillo cubierto de sangre al lado. [01:02:24] La felocidad de semejante espectáculo dejó al pueblo a la vez satisfecho y estupefacto, [01:02:32] pero volvamos al punto de partida. Encontrábase el duque bastante puederoso y acubierto en [01:02:40] parte de todo peligro presente, luego de haberse armado en la necesaria medida y de haber aniquilado [01:02:48] los ejércitos que encerraban peligro inmediato. Pero le faltaba, si quería continuar sus [01:02:55] conquistas, obtener el respeto del rey de Francia, pues sabía que el rey, aunque advertido [01:03:03] tarde de su error, trataría de subsanarlo. [01:03:08] por ello a buscarse amistades nuevas y a mostrarse indeciso con los franceses cuando estos se [01:03:15] dirigieron al reino de Nápoles para luchar contra los españoles que sitiaban a Gaeta. [01:03:23] Y si Alejandro hubiese vivido aún, su propósito de verse libre de ellos no habría tardado [01:03:30] en cumplirse. Este fue su comportamiento en lo que se refiere a los hechos presentes. [01:03:38] En cuanto a los futuros, tenía sobre todo que evitar que el nuevo sucesor en el papado [01:03:45] fuese enemigo suyo y le quitase lo que Alejandro le había dado. [01:03:51] Y pensó hacerlo por cuatro medios distintos. [01:03:55] Primero, exterminando a todos los descendientes de los señores a quienes había despojado [01:04:02] para que el papa no tuviera oportunidad de restablecerlos. [01:04:05] Segundo, atrayéndose a todos los nobles de Roma para oponerse, con su ayuda, a los [01:04:14] designios del Papa. [01:04:16] Tercero, reduciendo el colegio a su voluntad hasta donde pudiese. [01:04:21] Cuarto, adquiriendo tanto pueder antes que el Papa muriese que pudiera por sí mismo [01:04:30] resistir un primer ataje. [01:04:33] estas cuatro cosas ya había realizado tres a la muerte de Alejandro, la cuarta estaba [01:04:41] concluida. Porque señores despojados mató a cuantos pudo alcanzar y muy pocos se salvaron, [01:04:50] y contaba con nobles romanos ganados a su causa, y en el colegio gozaba de gran influencia, [01:04:58] y por lo que toca a las nuevas conquistas, tramaba apuederarse de Toscana, de la cual [01:05:05] ya poseía a Pelusa y Pionbino, aparte de Pisa, que se había puesto bajo su protección. [01:05:12] Y en cuanto no tuviese que aguardar más miramientos con los franceses, que de hecho [01:05:20] no tenía por qué guardárselos, puesto que ya los franceses habían sido despojados del [01:05:26] reino por los españoles y que unos y otros necesitaban comprar su amistad. Así pues [01:05:34] se echaría sobre Pisa. Después de lo cual, Lucca y Siena no tardarían en ceder, primero [01:05:42] por odio contra los florentinos y después por miedo al duque. Y los florentinos nada [01:05:50] podrían hacer. Si hubiese logrado esto, aunque fuera el mismo año de la muerte de [01:05:57] Alejandro, habría adquirido tanto pueder y tanta autoridad que se hubiera sostenido por [01:06:03] sí solo, y no habría dependido más de la fortuna ni de las fuerzas ajenas, sino de [01:06:10] su pueder y de sus méritos. Pero Alejandro murió cinco años después de que el hijo [01:06:18] empezara a desembainar la espada. Lo dejaban con tan solo un estado afianzado, el de Romagna, [01:06:28] y con todos los demás en el aire, entre dos puederosos ejércitos enemigos y enfermo de [01:06:35] muerte. Pero había en el duque tanto vigor de alma y de cuerpo, también sabía cómo [01:06:42] se gana y se pierde a los hombres, y los cimientos que echara en tan poco tiempo eran tan sólidos [01:06:50] que, a no haber tenido dos ejércitos que los rodeaban, o simplemente haber estado sano, [01:06:58] se hubiese sostenido contra todas las dificultades. Y si los cimientos de su pueder eran seguros [01:07:05] o no, se vio enseguida, pues la Romagna lo esperó más de un mes, y aunque estaba medio [01:07:13] muerto, nada se intentó contra él, a pesar de que los Bacchlioni, los Vitelli y los Orsini [01:07:22] habían ido allí con ese propósito. Y si no hizo Papa a quien quería, obtuvo por lo [01:07:29] menos que no lo fuera quien él no quería que lo fuese. Pero todo le hubiese sido fácil [01:07:36] a no haber estado enfermo a la muerte de Alejandro. El mismo me dijo el día en que he elegido [01:07:45] Julio II que había previsto todo lo que podría suceder a la muerte de su padre y para todo [01:07:52] preparado remedio, pero que nunca había pensado que en semejante circunstancia él mismo [01:08:00] podía hallarse moribundo. No puedo pues censurar ninguno de los actos del Duque. Por el contrario, [01:08:09] me parece que deben imitarlos todos aquellos que llegan al trono mediante la fortuna y [01:08:16] y las armas ajenas, porque no es posible conducirse de otro modo cuando se tiene tanto valor y [01:08:23] tanta ambición, y si sus propósitos no se realizaron, tan sólo fue por su enfermedad [01:08:31] y por la brevedad de la vida de Alejandro. El príncipe nuevo que crea necesario defenderse [01:08:38] de enemigos, conquistar amigos, vencer por la fuerza o por el fraude, hacerse amar o [01:08:45] temer de los habitantes, respetar y obedecer por los soldados, matar a los que puedan perjudicarlo, [01:08:53] reemplazar con nuevas las leyes antiguas, ser severo y amable, magnánimo y liberal, [01:09:01] disolver las milicias infieles, crear nuevas, conservar las amistades de reyes y príncipes, [01:09:07] de modo que lo favorezcan de buen grado o lo atajen con recelos, el que juzgue indispensable [01:09:14] hacer todo esto, digo, no puede hallar ejemplos más recientes que los actos del Duque. [01:09:23] Sólo se lo puedo criticar en lo que respecta a la elección del nuevo pontífice, porque, [01:09:30] si bien no podía hacer nombrar a un papa adicto, podía impedir que lo fuese éste [01:09:35] o aquel de los cardenales, y nunca debió consentir en que fuera elevado al pontificado [01:09:43] alguno de los carderales a quienes había ofendido, o de aquellos que, una vez papas, [01:09:50] tuviesen que temerle. Pues los hombres ofenden por miedo o por odio. Aquellos a quienes había [01:09:59] ofendido eran, entre otros, el cardenal de San Pedro, Advínculo, Colonna, San Jorge [01:10:07] y Ascanio. Todos los demás, si llegados al Solio, debían temerle, salvo el cardenal [01:10:16] de Amboise dado su pueder, que nacía del de Francia, y los españoles ligados a él por [01:10:24] alianza y obligaciones recíprocas. Por consiguiente, el duque debía tratar ante todo de un gil [01:10:33] Papa a un español, y a no ser posible aceptar al cardenal de Armoise antes que el de San [01:10:42] Pedro a Atvíncula, pues engaña quien cree que entre personas eminentes los beneficios [01:10:50] nuevos hacen olvidar las ofensas antiguas. Se equivocó el Duque en esta elección, causa [01:10:59] última de su definitiva ruina. [01:11:05] Capítulo 8. De los que llegaron al Principado mediante crímenes. [01:11:12] Pero puesto que hay otros dos modos de llegar a príncipe que no se pueden atribuir enteramente [01:11:18] a la fortuna o a la virtud, corresponde no pasarlos por alto, aunque sobre ello se discurra [01:11:26] con más detenimiento donde se trata de las repúblicas. [01:11:32] Me refiero primero al caso en que se asciende al Principado por un camino de perversidades [01:11:39] y delitos, y después al caso en que se llega a ser Príncipe por el favor de los conciudadanos. [01:11:49] dos ejemplos, uno antiguo y otro contiemporáneo, ilustraron el primero de estos modos sin entrar [01:11:58] a profundizar demasiado en la cuestión, porque creo que bastan para los que se hallan en [01:12:04] la necesidad de imitarlos. El siciliano Agatocles, hombre no solo de condición [01:12:12] en oscura, sino baja y apiecta, se convirtió en rey de Siracusa. Hijo de un alfarero, llevó [01:12:21] una conducta reprochable en todos los períodos de su vida. Sin embargo, acompañó siempre [01:12:28] sus maldades con tanto ánimo y tanto vigor físico que, entrado en la milicia, llegó [01:12:35] a ser ascendiendo grado por grado pretor de Siracusa. [01:12:42] Una vez elevado a esta dignidad, quiso ser príncipe y obtener así por la violencia, [01:12:49] sin debérselo a nadie lo que de buen grado le hubiera sido concedido. Se puso de acuerdo [01:12:56] con el cartaginés Amilcar que se hallaba con sus ejércitos en Sicilia, y una mañana [01:13:02] reunió al pueblo y al senado como si tuviese que deliberar sobre cosas relacionadas con [01:13:09] la República, y a una señal convenida, sus soldados mataron a todos los senadores y a [01:13:16] los ciudadanos más ricos de Siracusa. Ocupó entonces y supo conservar como príncipe aquella [01:13:24] ciudad sin que se encendiera ninguna guerra civil por su causa. Y aunque los cartagineses [01:13:32] lo sitiaron dos veces y lo derrotaron por último, no solo pudo defender la ciudad, [01:13:39] sino que, dejando parte de sus tropas para que contuvieran a los sitiadores, con el resto [01:13:45] invadió el África. Y en poco tiempo levantó el sitio de Siracusa [01:13:51] y puso a los cartagineses en tales aprietos que se vieron obligados a pactar con él, [01:13:58] a conformarse con sus posesiones del África y a dejarle la Sicilia. [01:14:04] Quien estudie, pues, las acciones de Agatocles y juzgue sus méritos muy poco o nada, encontrará [01:14:13] que pueda atribuir a la suerte. No adquirió la soberanía por el favor de nadie, como [01:14:19] he dicho antes, sino merced a sus grados militares que se había ganado a costa de mil sacrificios [01:14:27] y peligros, y se mantuvo en mérito a sus enérgicas y temerarias medidas. [01:14:34] ¿Verdad que no se puede llamar virtud el matar a los conciudadanos, el trascionar a [01:14:41] los amigos y el carecer de fe, de piedad y de religión, con cuyos medios se puede adquirir [01:14:48] pueder pero no gloria? [01:14:52] Pero si se examinan el valor de Agatocles al arrastrar y salir triunfante de los peligros [01:14:59] y su grandeza de alma para soportar y vencer los acontecimientos adversos, ¿no se explica [01:15:06] uno por qué tiene que ser considerado inferior a los capitanes más famosos? [01:15:14] Sin embargo, su falta de humanidad, sus crueldades y maldades sin número, no consienten que [01:15:22] se lo coloque entre los hombres ilustres. No se puede, pues, atribuir a la fortuna o [01:15:29] a la virtud lo que consiguió sin la ayuda de una ni de la otra. [01:15:35] En nuestros tiempos, bajo el Papa Alejandro VI, oliverotto dafermo, huérfano desde corta [01:15:44] edad fue educado por uno de sus tíos maternos llamado Juan Fogriani y confiado después [01:15:53] en su primera juventud a Pablo Vitelli a fin de que llegase y gracias a sus enseñanzas [01:16:01] a ocupar un grado elevado en las armas. Muerto Pablo pasó a militar bajo Vitellozzo, [01:16:09] su hermano, y en poco tiempo, como era inteligente y de espíritu y cuerpo gallardos, se convirtió [01:16:17] en el primer hombre de su ejército. Pero, como le pareció indigno servir a los demás, [01:16:24] pensó apuederarse de cermo, con el consentimiento de vitelocho y la ayuda de algunos habitantes [01:16:31] de la ciudad a quienes era más cara la esclavitud que la libertad de su patria. [01:16:39] vivió a Juan Fogliani, diciéndole que, luego de tantos años de ausencia, deseaba ver de [01:16:46] nuevo a su patria y a él, y en parte también conocer el estado de su patrimonio, y que, [01:16:55] como no se había fatigado sino por conquistar gloria, quería, para demostrar a sus compatriotas [01:17:03] que no había perdido el tiempo, entrar con todos los honores y acompañado por cien caballeros, [01:17:11] amigos y servidores suyos. Rógávale, pues, que tratase de que los ciudadanos de Cermo [01:17:19] lo acogiesen de un modo honroso, que con ello no sólo lo honraba él, sino que se honraba [01:17:25] a sí mismo, ya que había sido su maestro. No olvidó Juan ninguno de los honores debidos [01:17:33] a su sobrino y lo hizo recibir dignamente por los ciudadanos de Fermo, en cuyas casas [01:17:39] se alojó con su comitiva. [01:17:43] Transcurridos algunos días y preparado todo cuanto era necesario para su premeditado crimen, [01:17:51] Oliverotto dio un banquete solemne al que invitó a Juan Fogliani y a los principales [01:17:58] hombres de Cerno, después de consumir los manjares y de concluir con los entretenimientos [01:18:05] que son de uso en tales ocasiones, Oliveroto, deliberadamente, hizo recaer la conversación [01:18:14] dando ciertos peligrosos argumentos sobre la grandeza en los actos del Papa Alejandro [01:18:21] y de César, su hijo, y como a esos argumentos contestaron Juan y los otros, se levantó [01:18:29] de pronto diciendo que convenía hablar de semejantes temas en lugar más seguro, y se [01:18:36] retiró a una habitación a la cual lo siguieron Juan y los demás ciudadanos, y aún estos [01:18:43] no habían tomado asiento cuando de algunos escondrijos salieron soldados que dieron [01:18:49] muerte a Juan y a todos los demás. Consumado el crimen, montó Oliveroto a caballo, [01:18:58] atravesó la ciudad y sitió en su palacio al magistrado supremo. [01:19:05] Los ciudadanos no tuvieron entonces más remedio que someterse y constituir un gobierno del [01:19:12] el cual Oliveroto se hizo nombrar jefe. Muertos todos los que hubieran podido significar un [01:19:19] peligro para él, se preocupó por reforzar su pueder con nuevas leyes civiles y militares, [01:19:27] de manera que, durante el año que gobernó, no sólo estuvo seguro enfermo, sino que se [01:19:34] hizo temer por todos los vecinos, y habría sido tan difícil de derrocar como a Gatocles [01:19:43] si no se hubiese dejado engañar por César Borgia y prender, junto con los Orsini y los [01:19:50] Vitelli, en Sinigaglia, donde un año después de su parricidio fue estrangulado en compañía [01:19:58] de Vitellozzo, su maestro en hazañas y crímenes. [01:20:04] ¿Podría alguien preguntarse a qué se debe que, mientras Agatocles y otros de su calaña, [01:20:11] a pesar de sus traiciones y rigores innúmeros, pudieron vivir durante mucho tiempo y acubierto [01:20:18] de su patria, sin temer conspiraciones, y pudieron a la vez defenderse de los enemigos [01:20:25] de afuera, otros en cambio, no sólo mediante medidas tan extremas, no lograron conservar [01:20:32] su estado en épocas dudosas de guerra, sino tampoco en tiempos de paz. [01:20:40] Creo que depende del bueno o mal uso que se hace de la crueldad. [01:20:47] Llamaría bien empleadas a las crueldades, si a lo malo se lo puede llamar bueno, cuando [01:20:54] se aplican de una sola vez por absoluta necesidad de asegurarse y cuando no se insiste en ellas, [01:21:02] sino por el contrario, se trata de que las primeras se vuelvan todo lo beneficiosas posible [01:21:08] para los súbditos. Mal empleadas son las que, aunque poco graves [01:21:14] al principio, con el tiempo antes crecen que se extinguen. Los que observan el primero [01:21:22] de estos procedimientos pueden, como Agato Cres, con la ayuda de Dios y de los hombres, [01:21:31] poner algún remedio a su situación. Los otros es imposible que se conserven en sus [01:21:38] estados de donde se concluye que, al apuederarse de un estado, todo usurpador debe reflexionar [01:21:47] sobre los crímenes que le es preciso cometer y ejecutarlos todos a la vez para que no tenga [01:21:54] que renovarlos día a día, y, al no verse en esa necesidad, pueda conquistar a los hombres [01:22:02] a fuerza de beneficios. [01:22:05] Quien procede de otra manera, por timidez o por haber sido mal aconsejado, se ve siempre [01:22:12] obligado a estar con el cuchillo en la mano, y mal puede contar con súbditos a quienes [01:22:19] sus ofensas, continuas y todavía recientes, llenan de desconfianza. Porque las ofensas [01:22:27] deben inferirse de una sola vez, para que, durando menos, hieran menos, mientras que [01:22:35] los beneficios deben proporcionarse poco a poco, a fin de que se saboreen mejor. Y sobre [01:22:42] todas las cosas, un príncipe vivirá con sus súbditos de manera tal que ningún acontecimiento, [01:22:51] favorable o adverso, lo haga variar. Pues la necesidad que se presenta en los tiempos [01:22:58] difíciles y que no se ha previsto, tú no puedes remediarla. Y el bien que tú hagas [01:23:06] ahora de nada sirve ni nadie te lo agradece porque se considera hecho a la fuerza. [01:23:16] Capítulo IX Del Principado Civil [01:23:21] Trataremos ahora del segundo caso, aquel en que un ciudadano, no por crímenes ni violencias, [01:23:28] sino gracias al favor de sus compatriotas, se convierte en príncipe. [01:23:35] El Estado así constituido puede llamarse principado o civil. [01:23:41] El llegar a él no depende por completo de los méritos o de la suerte, depende más [01:23:46] bien de una cierta habilidad propiciada por la fortuna, y que necesita o bien del apoyo [01:23:55] del pueblo o bien del de los nobles. [01:23:59] que en toda ciudad se encuentran estas dos fuerzas contrarias, una de las cuales lucha [01:24:06] por mandar y oprimir a la otra, que no quiere ser mandada ni oprimida. Y del choque de las [01:24:14] dos corrientes surge uno de estos tres efectos, o Principado, o Libertad, o Licencia. [01:24:25] El principado puede implantarlo tanto el pueblo como los nobles, según que la ocasión se [01:24:31] presente a uno o a otros. [01:24:35] Los nobles, cuando comprueban que no pueden resistir al pueblo, concentran toda la autoridad [01:24:42] en uno de ellos y lo hace en príncipe, para pueder, a su sombra, dar rienda suelta a sus [01:24:49] apetitos. [01:24:50] El pueblo, cuando a su vez comprueba que no puede hacer frente a los grandes, cede [01:24:59] su autoridad a uno y lo hace príncipe para que lo defienda. [01:25:05] Pero el que llega al principio con la ayuda de los nobles se mantiene con más dificultad [01:25:11] que el que ha llegado mediante el apoyo del pueblo, porque los que los rodean se consideran [01:25:18] sus iguales, y en tal caso se le hace difícil mandarlos y manejarlos como quisiera. [01:25:28] Mientras que el que llega por el favor popular es única autoridad y no tiene en de redor [01:25:35] a nadie o casi nadie que no esté dispuesto a obedecer. Por otra parte, no puede honradamente [01:25:43] satisfacer a los grandes sin lesionar a los demás, pero en cambio puede satisfacer al [01:25:51] pueblo porque la finalidad del pueblo es más honesta que la de los grandes, queriendo [01:25:58] estos oprimir y aquel no ser oprimido. [01:26:04] Agréguese a esto que un príncipe jamás podrá dominar a un pueblo cuando lo tenga [01:26:10] por enemigo, porque son muchos los que lo forman. A los nobles, como se trata de pocos, [01:26:19] le será fácil. Lo peor que un príncipe puede esperar de un pueblo que no le ame es [01:26:25] el ser abandonado por él. De los nobles, si los tiene por enemigos, no solo debe temer [01:26:33] que lo abandonen, sino que se rebelen contra él. O es más astutos y clarividentes, siempre [01:26:42] están a tiempo para ponerse en salvo, a la vez que no dejan nunca de congratularse con [01:26:49] el que esperan resultar a vencedor. Por último, es una necesidad para el príncipe vivir siempre [01:26:57] con el mismo pueblo, pero no con los mismos nobles. Supuesto que puede crear nuevos o [01:27:05] deshacerse de los que tenía y quitarles o concederles autoridad a capricho. [01:27:13] Para aclarar mejor esta parte en lo que se refiere a los grandes, digo que se debe considerar [01:27:19] en dos aspectos principales. O proceden de tal manera que se unen por completo a su suerte, [01:27:28] o no. A aquellos que se unen y no son rapaces se les debe honrar y amar. A aquellos que [01:27:37] no se unen se les tiene que considerar de dos maneras. Si hacen esto por pusilanimidad [01:27:44] y defecto natural del ánimo, entonces tú debes servirte en especial de aquellos que [01:27:50] son de buen criterio, porque en la prosperidad te honrarán y en la adversidad no son de [01:27:58] temer. Pero cuando no se unen sino por cálculo y [01:28:02] por ambición, es señal de que piensan más en sí mismos que en ti, y de ello se debe [01:28:10] cuidar al príncipe y temerles, como si se tratase de enemigos declarados, porque esperarán [01:28:17] la adversidad para contribuir a su ruina. El que llegue a príncipe mediante el favor [01:28:24] del pueblo debe esforzarse en conservar su afecto. Cosa fácil, pues el pueblo solo pide [01:28:34] no ser oprimido. Pero el que se convierta en príncipe por el favor de los nobles y [01:28:41] contra el pueblo, procederá bien si se empeña ante todo en conquistarlo, lo que solo les [01:28:49] será fácil si lo toma bajo su protección. Y dado que los hombres se sienten más agradecidos [01:28:56] cuando reciben bien de quien solo esperaban mal, se somete el pueblo más a su bien hechor [01:29:04] que si lo hubiese conducido al Principado por su voluntad. [01:29:09] El Príncipe puede ganarse a su pueblo de muchas maneras, que no mencionaré porque [01:29:16] es imposible dar reglas fijas sobre algo que varía tanto según las circunstancias. [01:29:24] Insistiré tan solo en que un Príncipe necesita contar con la amistad del pueblo, pues de [01:29:31] lo contrario, no tiene remedio en la adversidad. Nabis, príncipe de los espartanos, resistió [01:29:41] el ataque de toda Grecia y de un ejército romano invicto, y le bastó, surgido el peligro, [01:29:49] asegurarse de muy pocos para defender contra aquellos su patria y su estado, que si hubiese [01:29:56] tenido por enemigo al pueblo no le bastara. Y que no se pretenda desmentir mi opinión [01:30:04] con el gastado proverbio de que quien confía en el pueblo edifica sobre arena. Porque el [01:30:12] proverbio sólo es verdadro cuando se trata de un simple ciudadano que confía en el pueblo [01:30:19] como si el pueblo tuviese el deber de liberarlo cuando los enemigos o las autoridades lo [01:30:26] oprimen. Quien así lo interpretara se engañaría a menudo, como los Gracos en Roma y Jorge [01:30:35] Scali en Florencia. Pero si es un príncipe quien confía en él, y un príncipe valiente [01:30:43] que sabe mandar, que no sea cobarda en la adversidad y mantiene con su ánimo y sus [01:30:50] medidas el ánimo de todo su pueblo, no solo no se verá nunca defraudado, sino que se [01:30:57] felicitará de haber depositado en él su confianza. [01:31:03] Estos principados peligran, por lo general, cuando quieren pasar de principado civil a [01:31:09] principado absoluto, pues estos príncipes gobiernan por sí mismos o por intermedio [01:31:16] de magistrados. En el último caso, su permanencia es más insegura y peligrosa porque depende [01:31:24] de la voluntad de los ciudadanos que ocupan el cargo de magistrados, los cuales, y sobre [01:31:31] todo en épocas adversas, pueden arrebatarle muy fácilmente el pueder, ya dejando de obedecerle [01:31:39] ya sublevando al pueblo contra ellos. Y el príncipe rodeado de peligros no tiene tiempo [01:31:48] para asumir la autoridad absoluta, ya que los ciudadanos y los súbditos, acostumbrados [01:31:54] a recibir órdenes nada más que de los magistrados, no están en semejantes trances dispuestos [01:32:02] a obedecer las suyas. Y no encontrará nunca, en los tiempos dudosos, [01:32:09] en quien pueder confiar, puesto que tales príncipes no pueden tomar como ejemplo lo que sucede [01:32:16] en tiempos normales, cuando los ciudadanos tienen necesidad del Estado y corren y prometen [01:32:24] y quieren morir por él porque la muerte está lejana. Pero en los tiempos adversos, cuando [01:32:30] el Estado tiene necesidad de los ciudadanos, hay pocos que quieran acudir en su ayuda. [01:32:38] Y esta experiencia es tanto más peligrosa, cuanto que no puede intentarse sino una vez. [01:32:46] Por ello un príncipe hábil debe hallar una manera por la cual sus ciudadanos siempre [01:32:54] y en toda ocasión tengan necesidad del Estado y de él. [01:33:00] Y así les serán siempre fieles. [01:33:05] Capítulo 10. ¿Cómo deben medirse las fuerzas de todos [01:33:10] los principados? Conviene, al examinar la naturaleza de estos [01:33:16] principados, hacer una consideración más, a saber, si un príncipe posee un estado tal [01:33:23] que pueda, en caso necesario, sostenerse por sí mismo, o si tiene en tal caso que recurrir [01:33:31] a la ayuda de otros. Y para aclarar mejor este punto, digo que considero capaces de [01:33:38] pueder sostenerse por sí mismos a los que, o por abundancia de hombres o de dinero, pueden [01:33:45] levantar un ejército respetable y presentar batalla a quien quiera que se atreva a atacarlos. [01:33:54] Y considero que tienen siempre necesidad de otros a los que no pueden presentar batalla [01:34:00] al enemigo en campo abierto, sino que se ven obligados a refugiarse dentro de sus muros [01:34:07] para defenderlos. [01:34:10] Del primer caso ya se ha hablado y se agregará más adelante lo que sea oportuno. [01:34:17] Del segundo caso no se puede decir nada salvo aconsejar a los príncipes que fortifiquen [01:34:24] ni abastezcan la ciudad en que residen y que se despreocupen de la campaña. [01:34:32] Quien tenga bien fortificada su ciudad y con respecto a sus súbditos se haya conducido [01:34:38] de acuerdo con lo ya expuesto y con lo que expondré más adelante, difícilmente será [01:34:45] asaltado. Porque los hombres son enemigos de las empresas [01:34:51] demasiado arriesgadas y no puede reputarse por fácil el asalto a alguien que tiene su [01:34:59] ciudad bien fortificada y no es odiado por el pueblo. [01:35:05] Las ciudades de Alemania son libérrimas. Tienen poca campaña y obedecen al emperador [01:35:12] cuando les place, pues no le temen, así como no temen a ninguno de los puederosos que las [01:35:20] rodean. La razón es simple. Están tan bien fortificadas que no puede menos de pensarse [01:35:28] que el asedio sería arduo y prolongado. Tienen muros y fosos adecuados, tanta artillería [01:35:36] como necesitan, y guardan en sus almacenes lo necesario para beber, comer y encender [01:35:43] fuego durante un año. Aparte de lo cual, y para pueder mantener a los obreros sin que [01:35:51] ello sea una carga para el erario público, disponen siempre de trabajo para un año en [01:35:58] esas obras que son el nervio y la vida de la ciudad. [01:36:02] Por último tienen en alta estima los ejercicios militares que reglamentan con infinidad de [01:36:10] ordenanzas. Un príncipe, pues, que gobierne una plaza fuerte, y a quien el pueblo no [01:36:18] odie, no puede ser atacado. Pero si lo fuese, el atacante se vería obligado a retirarse [01:36:27] sin gloria, porque son tan variables las cosas de este mundo, que es imposible que [01:36:33] alguien permanezca con sus ejércitos un año sitiando ociosamente una ciudad. [01:36:40] Y al que me pregunte si el pueblo tendrá paciencia y el largo asedio y su propio interés [01:36:46] no le harán olvidar al príncipe, contesto que un príncipe puederoso y valiente superará [01:36:54] siempre estas dificultades, ya dando esperanzas a sus súbditos de que el mal no durará mucho, [01:37:02] infundiéndoles terror con la amenaza de las vacaciones del enemigo, o ya asegurándose [01:37:09] diestramente de los que le parezcan demasiado gozados. [01:37:15] Añadiremos a esto que es muy probable que el enemigo devaste y saquee la comarca a su [01:37:21] llegada, que es cuando los ánimos están más caldeados y más dispuestos a la defensa. [01:37:29] propicio para imponerse, porque, pasados algunos días, cuando los ánimos se hayan enfriado, [01:37:37] los daños estarán hechos, las desgracias se habrán sufrido y no quedará ya remedio [01:37:44] alguno. Los súbditos se unen por ello más estrechamente a su príncipe, como si, el [01:37:52] haber sido incendiada sus casas y devastada sus posesiones en defensa del Señor, obligará [01:37:59] a éste a protegerlos. Está en la naturaleza de los hombres el que [01:38:05] da reconocidos lo mismo por los beneficios que hacen que por los que reciben, de donde, [01:38:13] si se considera bien todo, no será difícil a un príncipe sabio mantener firme el ánimo [01:38:20] de sus ciudadanos durante el asedio, siempre y cuando no carezcan de víveres ni de medios [01:38:29] de la defensa. [01:38:30] 11. De los Principados Eclesiásticos. [01:38:37] Solo nos resta discurrir sobre los Principados Eclesiásticos respecto a los cuales todas [01:38:44] las dificultades existen antes de poseerlos, pues se adquieren o por valor o por suerte, [01:38:52] y se conservan sin el uno ni la otra, dado que se apoyan en antiguas instituciones religiosas [01:39:00] que son tan potentes y de tal calidad, que mantienen a sus príncipes en el pueder sea [01:39:07] cual fuere el modo en que estos procedan y vivan. Estos son los únicos que tienen [01:39:14] estados y no los defienden, súbditos y no los gobiernan. Y los estados, a pesar de [01:39:23] hallarse indefensos, no les son arrebatados, y los súbditos, a pesar de carecer de gobierno, [01:39:32] no se preocupan, ni piensan, ni podrían sustraerse a su soberanía. Son, por consiguiente, [01:39:42] los únicos principados seguros y felices. Pero, como están regidos por leyes superiores, [01:39:50] inasequibles a la mente humana, y como han sido inspiradas por el Señor, sería oficio [01:39:58] de hombre presuntuoso y temerario el pretender hablar de ellos. Sin embargo, si alguien me [01:40:05] preguntase a qué se debe que la Iglesia haya llegado a adquirir tanto pueder tiemporal, ya [01:40:13] que antes de Alejandro no sólo las potencias italianas, sino hasta los nobles y señores [01:40:20] de menor importancia respetaban muy poco su fuerza tiemporal, mientras que ahora ha hecho [01:40:28] temblar a un rey de Francia y aún pudo arrojarlo de Italia y arruinado a los venezianos, no [01:40:37] consideraría inútil recordar las circunstancias aunque sean bastante conocidas. [01:40:45] Antes que Carlos, rey de Francia, entrase en Italia, esta provincia estaba bajo la [01:40:52] denominación del Papa de los venecianos, del Rey de Nápoles, del Duque de Milán y [01:40:59] de los Florentinos. Estas potencias debían tener dos cuidados principales, evitar que [01:41:07] un ejército extranjero invadiese a Italia y procurar que ninguna de ellas preponderara. [01:41:17] Los que despertaban más recelos eran los venecianos y el papa. [01:41:23] Para contener a aquellos era necesaria una coalición de todas las demás potencias, [01:41:29] como se hizo para la defensa de Cerrara. [01:41:33] Para contener al papa bastaban los nobles romanos que, divididos en dos facciones, los [01:41:40] Orsini y los Colonna disputaban continuamente y acudían a las armas a la vista misma del [01:41:48] pontífice, con lo cual la santa sede estaba siempre débil y vacilante. Y aunque alguna [01:41:56] vez surgiese un papa enérgico, como lo fue Sixto, ni la suerte ni la experiencia pudieron [01:42:04] servirle jamás de manera decisiva a causa de la brevedad de su vida, pues los diez años [01:42:12] que, como término medio, vive un papa, bastaban apenas para debilitar una de las facciones. [01:42:20] Y si, por ejemplo, un papa había casi conseguido exterminar a los Colonna, resurgían estos [01:42:28] bajo otro enemigo de los Orsini, a quienes tampoco había tiempo para hacer desaparecer [01:42:35] por completo. Por todo lo cual, las fuerzas tiemporales del Papa eran poco temidas en [01:42:42] Italia. Vino por fin Alejandro VI y probó, como nunca lo había probado ningún pontífice, [01:42:52] de cuánto era capaz un papa con fuerzas y dinero. Pues tomando al duque valentino por [01:42:59] instrumento y la llegada de los franceses como motivo, hizo todas esas cosas que he [01:43:06] contado al hablar sobre las actividades del duque. Y aunque su propósito no fue engrandecer [01:43:14] a la Iglesia, sino al duque, no es menos cierto que lo que realizó redundó en beneficio [01:43:21] de la Iglesia, la cual, después de su muerte y de la del Duque, fue heredera de sus fatigas. [01:43:31] Lo sucedió el Papa Julio, quien, con una Iglesia engrandecida y dueña de toda la Romagna, [01:43:39] con los nobles romanos dispersos por las persecuciones de Alejandro y abierto el camino para procurarse [01:43:46] dinero, cosa que nunca había ocurrido antes de Alejandro, no sólo mantuvo las conquistas [01:43:53] de su predecesor, sino que las acrecentó. Y después de proponerse la adquisición de [01:44:00] Bologna, la ruina de los venecianos y la expulsión de los franceses de Italia, lo llevó a cabo [01:44:08] con tanta más gloria cuando que lo hizo para engrandecer la Iglesia y no a ningún [01:44:15] hombre. Dejó las facciones Orsini y Colonna en el mismo estado en que las encontró, y [01:44:24] aunque ambas tuvieron jefes capaces de revelarse, se quedaron quietas por dos razones. Primero, [01:44:33] por la grandeza de la Iglesia que los atemorizaba, y después por carecer de cardenales que [01:44:41] perteneciesen a sus partidos, origen siempre de discordia entre ellos, que de nuevo se [01:44:48] repetirán toda vez que tengan cardenales que los representen, pues estos fomentan dentro [01:44:55] y fuera de Roma la creación de partidos que los nobles de una y otra familia se ven obligados [01:45:03] apoyar. Por lo cual, cabe decir que las disensiones y disputas entre los nobles son originadas [01:45:12] por la ambición de los prelados. Ha hallado pues su santidad el Papa León, una iglesia [01:45:20] potentísima, y se puede esperar que así como aquellos la hicieron grande por las armas, [01:45:28] la hará aún más puederosa y venerable por su bondad y sus mil otras virtudes. [01:45:39] CAPÍTULO 12. De las distintas clases de milicias y de los soldados mercenarios. [01:45:48] Después de haber discurrido detalladamente sobre la naturaleza de los principados de [01:45:55] los cuales me había propuesto tratar, y de haber señalado en parte las causas de su [01:46:00] prosperidad o ruina, y los medios con que muchos quisieron adquirirlos y conservarlos, [01:46:09] réstame ahora hablar de las formas de ataque y defensa que pueden ser necesarias en cada [01:46:16] uno de los estados a que me he referido. Ya he explicado antes cómo es preciso que [01:46:23] un príncipe eche los cimientos de su pueder, porque de lo contrario fracasaría inevitablemente. [01:46:31] Y los cimientos indispensables a todos los estados, nuevos, antiguos o mixtos, son las [01:46:39] buenas leyes y las buenas tropas. Y como aquellas nada pueden, donde faltan estas, [01:46:47] y como allí donde hay buenas tropas por fuerza ha de haber buenas leyes, pasaré por alto [01:46:55] las leyes y hablaré de las tropas. Digo, pues, que las tropas con que un príncipe [01:47:03] defiende sus estados son propias, mercenarias, auxiliares o mixtas. Las mercenarias y auxiliares [01:47:13] son inútiles y peligrosas, y el príncipe, cuyo gobierno descanse en soldados mercenarios, [01:47:21] no estará nunca seguro ni tranquilo, porque están desunidos, porque son ambiciosos, desleales, [01:47:30] valientes entre los amigos, pero cobardes cuando se encuentran frente a los enemigos, [01:47:38] que no tienen disciplina, como tienen temor de Dios, ni buena fe con los hombres. De [01:47:45] modo que no se difiere la ruina, sino mientras se difiere la ruptura. Y ya durante la paz [01:47:54] despojan a su príncipe tanto como los enemigos durante la guerra, pues no tienen otro amor [01:48:00] ni otro motivo que los lleve a la batalla que la paga del príncipe, la cual, por otra [01:48:07] parte no es suficiente para que deseen morir por él. Quieren ser sus soldados mientras [01:48:15] el príncipe no hace la guerra, pero en cuanto la guerra sobreviene, o huyen o piden la baja. [01:48:24] Poco me costaría probar esto, pues la ruina actual de Italia no ha sido causada sino por [01:48:31] la confianza depositada durante muchos años en las tropas mercenarias, que hicieron al [01:48:38] principio y gracias a ciertos jefes algunos progresos que les dieron fama de bravas, pero [01:48:46] que demostraron lo que valían en cuanto aparecieron a la vista ejércitos extranjeros. De tal [01:48:53] suerte que Carlos, rey de Francia, se apuederó de Italia con un trozo de tiza. Y los que [01:49:02] afirman que la culpa la tenían nuestros pecados, decían la verdad, aunque no se trataba de [01:49:08] los pecados que imaginaban, sino de los que he expuesto. Y como estos pecados los cometieron [01:49:15] los príncipes, sobre ellos recayó el castigo. Quiero dejar mejor demostrada la ineficacia [01:49:24] de estos ejércitos. Los capitanes mercenarios, o son hombres de mérito o no lo son, no se [01:49:33] puede confiar en ellos, si lo son, porque aspirarán siempre a forjar su propia grandeza. [01:49:41] ya tratando de someter al Príncipe su Señor, ya tratando de oprimir a otros al margen de [01:49:48] los designios del Príncipe, y mucho menos si no lo son, pues con toda seguridad llevarán [01:49:56] al Príncipe a la ruina. Y a quien objetara que esto podría hacerlo cualquiera, mercenario [01:50:03] o no, replicaría con lo siguiente. Que un principado o una república deben tener sus [01:50:12] milicias propias. Que en un principado, el príncipe debe dirigir las milicias en persona [01:50:21] y hacer el oficio de capitán, y en las repúblicas un ciudadano. Y si al ciudadano nombrado no [01:50:28] es apto, se le debe cambiar, y si es capaz para el puesto, sujetarlo por medio de leyes. [01:50:38] La experiencia enseña que sólo los príncipes repúblicas armadas pueden hacer grandes progresos [01:50:46] y que las armas mercenarias sólo acarrean daños, y es más difícil que un ciudadano [01:50:54] someta a una república que está armada con armas propias que una armada con armas extranjeras. [01:51:05] Roma y Esparta se conservaron libres durante muchos siglos porque estaban armadas. Los [01:51:13] suizos son muy libres porque disponen de armas propias. De las armas mercenarias de la antigüedad [01:51:20] son un ejemplo los cartagineses, los cuales estuvieron a punto de ser sometidos por sus [01:51:27] tropas mercenarias después de la primera guerra con los romanos, a pesar de que los [01:51:33] cartagineses tenían por jefes a sus mismos conciudadanos. [01:51:40] Filippo de Macedonia, nombrado capitán de los tébanos a la muerte de Epaminodas, [01:51:47] quito la libertad después de la victoria. Los milaneses, muerto el duque Felipe, tomaron [01:51:55] a sueldo a Francisco Esforza para combatir a los venecianos, y Esforza venció al enemigo [01:52:04] en Caravaggio y se alió después con él para sojuzgar a los milaneses sus amos. [01:52:13] El padre de Francisco Esforza, estando al servicio de la reina Juana de Nápoles, la [01:52:19] abandonó inesperadamente, y ella, al quedar sin tropas que la defendiesen, se vio obligada, [01:52:27] para no perder el reino, a entregarse en manos del rey de Aragón. [01:52:32] ¿Y si los florentinos y venecianos extendieron sus dominios gracias a esas milicias? ¿Y [01:52:41] si sus capitanes los defendieron en vez de someterlos, se debe exclusivamente a la suerte. [01:52:50] Porque de aquellos capitanes a los que podían temer, unos no vencieron nunca, otros encontraron [01:52:59] oposición y los últimos orientaron sus ambiciones hacia otra parte. [01:53:07] En el número de los primeros se contó Juan Aucut, cuya fidelidad mal podía conocerse [01:53:15] cuando nunca obtuvo una victoria. [01:53:19] Pero nadie dejará de reconocer que, si hubiese triunfado, quedaban los florentinos librados [01:53:26] a su discreción. [01:53:29] Francisco Esforza tuvo siempre por adversario a los Braccheschi y se vigilaron mutuamente. [01:53:38] Al fin Francisco volvió sus miradas hacia la Lombardía y Bracho hacia la Iglesia y [01:53:45] el Reino de Nápoles. Pero atendamos a lo que ha sucedido hace poco tiempo. Los florentinos [01:53:54] nombraron capitán de sus milicias a Pablo Vitelli, varón muy prudente que, de condición [01:54:01] modesta, había llegado a adquirir gran fama. A haber tomado a Pisa, los florentinos se [01:54:09] hubiesen visto obligados a sostenerlo, porque estaban perdidos si se pasaba a los enemigos, [01:54:16] y si hubieran querido que se quedara, habrían debido obedecerle. Si se consideran los procedimientos [01:54:24] de los venecianos, se verá que obraron con seguridad y gloria mientras hicieron [01:54:31] la guerra con sus propios soldados, lo que sucedió antes que tentaran la suerte en [01:54:37] Tierra Firme cuando contaban con nobles y plebeyos que defendían lo suyo. [01:54:44] Pero bastó que empezaran a combatir en Tierra Firme para que dejaran aquella [01:54:49] virtud y adoptaran las costumbres del resto de Italia. Al principio de sus empresas por [01:54:56] tierra firme, nada tenían que temer de sus capitanes, así por lo reducido del Estado, [01:55:04] como por la gran reputación de que gozaban. Pero cuando bajo Carmañola el territorio [01:55:11] se fue ensanchando, notaron el error en que habían caído, porque viendo que aquel hombre, [01:55:19] cuya capacidad conocían después de haber derrotado al duque de Milán, hacía la guerra [01:55:26] con tanta tibieza, comprendieron que ya nada podía esperarse de él, puesto que no lo [01:55:32] quería. Y dado que no podían licenciarlo, pues perdían lo que habían conquistado, no [01:55:40] es que daba otro recurso para vivir seguros que matarlo. [01:55:47] Tuvieron luego por capitanes a Bartolomé de Bérgamo, a Roberto de San Severino, al [01:55:54] Conde de Pitigliano y a otros de quienes no tenían que temer las victorias sino las derrotas, [01:56:03] como les sucedió luego en Bailly, donde en un día perdieron lo que con tanto esfuerzo [01:56:09] habían conquistado en ochocientos años. Porque estas milicias o traen lentas, tardías [01:56:19] y mezquinas adquisiciones, o súbitas y fabulosas pérdidas. [01:56:25] Y ya que estos ejemplos me han conducido a referirme a Italia, estudiemos la historia [01:56:32] de las tropas mercenarias que durante tantos años la gobernaron y remontándonos a los [01:56:39] tiempos más antiguos, para que, visto su origen y sus progresos, puedan corregirse [01:56:46] mejor los errores. Es de saber que, en épocas no recientes, cuando el emperador empezó [01:56:54] a ser arrojado de Italia y el pueder tiemporal del Papa a crecentarse, Italia se dividió [01:57:02] en gran número de estados, porque muchas de las grandes ciudades tomaron las armas [01:57:08] contra sus señores, que favorecidos antes por el emperador, las tenían avasalladas, [01:57:16] y el Papa, para beneficiarse, ayudó en cuanto pudo a estas rebeliones, de donde Italia pasó [01:57:24] casi por entero a las manos de la Iglesia y de varias repúblicas, pues algunas de las [01:57:31] ciudades había nombrado príncipes a sus ciudadanos, y como estos sacerdotes y estos [01:57:39] ciudadanos no conocían el arte de la guerra, empezaron a tomar extranjeros a sueldo. [01:57:47] El primero que dio reputación a estas milicias fue Alberico de Cónio de la Romagna, a cuya [01:57:55] que a escuela pertenecen, entre otros, Braxio y Esforza, que en sus tiempos fueron árbitros [01:58:02] de Italia. Tras ellos vinieron todos los que hasta nuestros tiempos han dirigido esas [01:58:08] tropas, y el resultado de su virtud lo hallamos en esto, que Italia fue recorrida libremente [01:58:17] por Carlos, saqueada por Luis, violada por Fernando e insultada por los suizos. El método [01:58:27] que estos capitanes siguieron para adquirir reputación fue, primero, el de quitar la [01:58:34] importancia a la infantería. Y lo hicieron porque no, poseyendo tierras y teniendo que [01:58:41] vivir de su industria con pocos infantes, no pedían imponerse y les era imposible alimentar [01:58:49] a muchos, mientras que con un número reducido de jinetes se veían honrados sin que fuese [01:58:56] un problema el proveer a su sustentación. Las cosas habían llegado a tal extremo que [01:59:03] que en un ejército de veinte mil hombres no había dos mil infantes. Por otra parte, [01:59:10] se habían ingeniado para ahorrarse y ahorrar a sus soldados la fatiga y el miedo con la [01:59:19] consigna de no matar en las refriegas, sino tomar prisioneros sin degollarlos. No asaltaban [01:59:27] de noche las ciudades, ni los campesinos atacaban las tiendas, no levantaban empalizadas, ni [01:59:34] abrían fosos alrededor del campamento, ni vivían en él durante el invierno. Todas [01:59:41] estas cosas permitidas por sus códigos militares las inventaron ellos, como he dicho, para [01:59:48] evitarse fatigas y peligros, y con ellas condujeron a Italia a la esclavitud y a la deshonra. [01:59:57] CAPÍTULO XIII. De los soldados auxiliares, mixtos y propios. [02:00:06] Las tropas auxiliares, otras de las tropas inútiles de que he hablado, son aquellas [02:00:12] que se piden a un príncipe puederoso para que nos socorra y defienda, tal como hizo [02:00:18] en estos últimos tiempos el Papa Julio, cuando, a raíz del pobre papel que le tocó representar [02:00:25] con sus tropas mercenarias en la empresa de Ferrara, tuvo que acudir a las auxiliares [02:00:33] y convenir con Fernando, rey de España, que este iría en su ayuda con sus ejércitos. [02:00:40] Estas tropas pueden ser útiles y buenas para sus amos, pero para quien las llama son casi [02:00:47] siempre funestas. Pues si pierden, queda derrotado, y si gana, se convierte en su prisionero. [02:00:56] Y aunque las historias antiguas están llenas de estos ejemplos, quiero, sin embargo, detenerme [02:01:04] en el caso reciente de Julio II, que no pudo haber cometido imprudencia mayor para conquistar [02:01:10] cerrada que el entregarse por completo en manos de un extranjero. [02:01:16] Pero su buena estrella hizo surgir una tercera causa que, de lo contrario, hubiera pagado [02:01:23] las consecuencias de su mala elección. Porque derrotados sus auxiliares en Ravenna, aparecieron [02:01:30] los suizos que, contra la opinión de todo el mundo, incluso la suya, pusieron en fuga [02:01:37] a los vencedores, de modo que no quedó prisionero de los enemigos que habían huido ni de los [02:01:44] auxiliares, ya que había triunfado con otras tropas. [02:01:50] Los lorentinos, que carecían de ejércitos propios, trajeron diez mil franceses para [02:01:56] conquistar Pisa. Y esta resolución les hizo correr más peligros de los que corrieran [02:02:03] nunca en ninguna época. El emperador de Constantinopla, para ayudar [02:02:10] a sus vecinos, puso en Grecia diez mil turcos, los cuales, una vez concluida la guerra, se [02:02:18] negaron a volver a su patria, de donde empezó la servidumbre de Grecia bajo el yugo de los [02:02:25] infieles. Se concluye de esto que todo el que no quisiera [02:02:31] vencer no tiene más que servirse de esas tropas, muchísimo más peligrosas que las [02:02:37] mercenarias, porque están perfectamente unidas y obedecen ciegamente a sus jefes, con lo [02:02:45] cual la ruina es inmediata. Mientras que las mercenarias, para someter [02:02:52] al príncipe, una vez que han triunfado, necesitan esperar tiempo y ocasión, pues [02:02:59] no constituyen un cuerpo unido, y por añadidura están a sueldo del Príncipe. En ellas, un [02:03:07] tercero a quien el Príncipe haya hecho jefe, no puede cobrar enseguida tanta autoridad [02:03:14] como para perjudicarlo. En suma, en las tropas mercenarias hay que temer sobre todo las derrotas, [02:03:24] las auxiliares los triunfos. Por ello, todo príncipe prudente ha desechado estas tropas [02:03:32] y se ha refugiado en las propias, y ha preferido perder con las suyas a vencer con las otras, [02:03:40] considerando que no es victoria verdadra la que se obtiene con armas ajenas. [02:03:47] No me cansaré nunca de elogiar a César Borgia y su conducta. Empezó el duque por [02:03:53] invadir la Romaña con tropas auxiliares, todos soldados franceses, y con ellas tomó [02:04:01] a Imola y Fornli. Pero no pareciéndole seguras, se volvió a las mercenarias, según él menos [02:04:09] peligrosas, y tomó a sueldo a los Orsini y los Vitelli. [02:04:16] Por último, al notar que también éstas eran inseguras, infieles y peligrosas, las [02:04:22] disolvió y recurrió a las propias. Y de la diferencia que hay entre esas distintas [02:04:28] milicias se puede formar una idea considerando la autoridad que tenía el duque cuando solo [02:04:35] contaba con los franceses y cuando se apoyaba en los dorsini y vitelli y la que tuvo cuando [02:04:43] se quedó con sus soldados y descansó en sí mismo, que era sin duda alguna mucho mayor, [02:04:51] porque nunca fue tan respetado como cuando se vio que era el único amo de sus tropas. [02:05:00] Me había propuesto no salir de los ejemplos italianos y recientes, pero no quiero olvidarme [02:05:06] de Hierón de Siracusa, ya que en otra parte lo he citado. Convertido, como expliqué, [02:05:14] en jefe de los ejércitos de Siracusa, advirtió enseguida de la inutilidad de las milicias [02:05:20] mercenarias, cuyos jefes tenían los mismos defectos que nuestros italianos, y como no [02:05:27] creía conveniente conservarlas ni licenciarlas, eliminó a sus jefes. E hizo la guerra con [02:05:36] sus tropas y no con las ajenas. Quiero también recordar un episodio del Viejo Testamento [02:05:44] que viene muy al caso. Ofreciéndose David a Saúl para combatir a Goliath, provocador [02:05:53] filisteo, Saúl, para darle valor, lo armó con sus armas. Pero una vez que se vio cargado [02:06:01] con estas, David las rechazó, diciendo que con ellas no podría sacar partido de sí mismo [02:06:10] y que prefería ir al encuentro del enemigo con su onda y su cuchillo. [02:06:15] En fin, sucede siempre que las armas ajenas o se caen de los hombros del príncipe o [02:06:24] o le pesan o le oprimen. [02:06:26] Carlos VII, padre del rey Luis XI, una vez que con su fortuna y valor liberó a Francia [02:06:35] de los ingleses, conoció esta necesidad de armarse con sus propias armas y ordenó en [02:06:42] su reino la creación de milicias de caballería e infantería. [02:06:48] Después, el rey Luis, su hijo, disolvió las de infantería y empezó a tomar a sueldo [02:06:56] a suizos. El rol que he renovado por otros es, como ahora se ve, el motivo de los males [02:07:04] de aquel reino, porque al acreditar a los suizos, desacreditó todas sus armas, ya que [02:07:13] hizo desaparecer la infantería y depender la caballería de las tropas ajenas. [02:07:21] Acostumbrada ésta a ir a la guerra en compañía de los suizos, no cree pueder vencer sin ellos, [02:07:28] lo cual explica que los franceses no puedan contra los suizos y que sin los suizos no [02:07:35] se atrevan a enfrentarse a otros. Los ejércitos de Francia son, pues, mixos, [02:07:42] que se componen de tropas mercenarias y propias, y en su conjunto son mucho mejores que las milicias [02:07:51] exclusivamente mercenarias o exclusivamente auxiliares, pero muy inferiores a las propias. [02:07:58] Bastará el ejemplo citado para hacer comprender que el Reino de Francia sería hoy invencible si se [02:08:06] hubiese respetado la disposición de Carlos. Pero la escasa perspicacia de los hombres [02:08:13] hace que comience en algo que parece bueno por el hecho de que no manifiesta el veneno [02:08:20] que esconde debajo, como he dicho que sucede con la tesis. Por lo tanto, aquel que en un [02:08:28] un principado no descubre los males sino una vez nacidos, no es verdadramente sabio. [02:08:37] Pero esta es virtud que tienen pocos. Si se examinan las causas de la decadencia del [02:08:43] imperio romano, se advierte que la principal estribó en empezar a tomar a sueldo a los [02:08:50] godos, pues desde entonces las fuerzas del imperio fueron debilitándose y toda la virtud [02:08:58] que ellas perdían la adquirían nosotros. Concluyo, pues, que sin milicias propias no [02:09:06] hay principado seguro. Más aún, está por completo en manos del azar al calecer de medios [02:09:14] de defensa contra la adversidad. Que fue siempre opinión y creencia de los hombres [02:09:20] prudentes, quod nir sit tam infirmum au instabile, quam fama potentiae no sua vi inixa. [02:09:34] Y milicias propias son las compuestas o por súbditos, o por ciudadanos, o por servidores [02:09:42] del Príncipe. Y no será difícil rodearse de ellas si se siguen los ejemplos de los [02:09:49] cuatro a quienes he citado, y se examina la forma en que Filippo, padre de Alejandro [02:09:55] Magno y muchas repúblicas y príncipes, organizaron sus tropas. Conducta a la cual me remito por [02:10:05] entero. [02:10:08] Capítulo XIV. De los deberes de un príncipe para con la milicia. Un príncipe no debe [02:10:16] tener otro objeto ni pensamiento ni preocuparse de cosa alguna fuera del arte de la guerra, [02:10:23] y lo que a su orden y disciplina corresponde, pues es lo único que compete a quien manda. [02:10:31] Y su virtud es tanta que no sólo conserva en su puesto a los que han nacido príncipes, [02:10:37] sino que muchas veces eleva a esta dignidad a hombres de condición modesta, mientras [02:10:45] que, por el contrario, ha hecho perder el Estado a príncipes que han pensado más en [02:10:51] las diversiones que en las armas, pues la razón principal de la pérdida de un Estado [02:10:59] se halla siempre en el olvido de este arte, en tanto que la condición primera para adquirirlo [02:11:07] es la de ser experto en él. [02:11:11] Francisco Esforza, por medio de las armas, llegó a ser duque de Milán, de simple ciudadano [02:11:18] que era, y sus hijos, por escapar a las incomodidades de las armas, de duques pasaron a ser simples [02:11:27] ciudadanos. Aparte de otros males que trae el estar desarmado, hace despreciable vergüenza [02:11:36] que debe evitarse, por lo que luego explicaré. Porque entre uno armado y otro desarmado no [02:11:43] hay comparación posible. Y no es razonable que quien esté armado, [02:11:50] obedezca de buen grado a quien no lo está, y que el príncipe desarmado se sienta seguro [02:11:56] entre servidores armados, porque desdeñoso uno y desconfiado el otro, no es posible que [02:12:04] marchen de acuerdo. Por todo ello, un príncipe que, aparte de otras desgracias, no entienda [02:12:13] de cosas militares, no puede ser estimado por sus soldados ni puede confiar en ellos. [02:12:21] En consecuencia, un príncipe jamás debe dejar de ocuparse del arte militar, y durante [02:12:30] los tiempos de paz debe ejercitarse más que en los de guerra, lo cual puede hacer de dos [02:12:37] modos, con la acción y con el estudio. En lo que atañe a la acción, debe, además [02:12:46] de ejercitar y tener bien organizadas sus tropas, dedicarse constantemente a la caza [02:12:53] con el doble objeto de acostumbrar el cuerpo a las fatigas y de conocer la naturaleza de [02:12:59] los terrenos, la altitud de las montañas, la entrada de los valles, la situación de [02:13:06] las llanuras, el curso de los ríos y la extensión de los pantanos. [02:13:14] En esto último pondrá muchísima seriedad, pues tal estudio presta dos utilidades. Primero, [02:13:23] se aprende a conocer la región donde se vive y a defenderla mejor. [02:13:29] Después, en virtud del conocimiento práctico de una comarca, se hace más fácil el conocimiento [02:13:36] de otra donde sea necesario actuar, porque las colinas, los valles, las llanuras, los [02:13:45] ríos y los pantanos que hay, por ejemplo, en Toscana, tienen cierta semilitud con los [02:13:53] de las otras provincias, de manera que el conocimiento de los terrenos de una provincia [02:14:00] sirve para el de las otras. El príncipe que carezca de esta pericia carece [02:14:07] de la primera cualidad que distingue a un capital, pues tal condición es la que enseña [02:14:14] a dar con el enemigo, a tomar los alojamientos, a conducir los ejércitos, a preparar un plan [02:14:22] de batalla y a atacar con ventaja. [02:14:26] Philopémenes, príncipe de los hackeos, tenía, entre otros méritos que los historiadores [02:14:34] le concedieron, el de que en los tiempos de paz no pensaba sino en las cosas que incumben [02:14:41] a la guerra, y cuando iba de paseo por la campaña, a menudo se detenía y discurría [02:14:49] así con los amigos. Si el enemigo estuviese en aquella colina y nosotros nos encontrásemos [02:14:58] aquí con nuestro ejército, ¿de quién sería la ventaja? ¿Cómo podríamos ir a su encuentro [02:15:07] conservando el orden? Si quisiéramos retirarnos, ¿cómo deberíamos proceder? ¿Y cómo los [02:15:17] perseguiríamos si los que se retirasen fueran ellos? Y les proponía, mientras caminaba, [02:15:26] todos los casos que pueden presentársele a un ejército. Escuchaba sus opiniones, emitía [02:15:34] a la suya y la justificaba, y gracias a este continuo razonar, nunca, mientras guió a [02:15:42] sus ejércitos, pudo surgir accidente alguno para el que no tuviese remedio previsto. [02:15:50] En cuanto al ejercicio de la mente, el príncipe debe estudiar la historia, examinar las acciones [02:15:57] de los hombres ilustres, ver cómo se han conducido en la guerra, analizar el porqué [02:16:05] de sus victorias y derrotas para evitar estas y tratar de lograr aquellas, y sobre todo [02:16:14] hacer lo que han hecho en el pasado algunos hombres egregios que, tomando a los otros [02:16:20] por modelos, tenían siempre presentes sus hechos más celebrados. Como se dice que [02:16:27] Alejandro Magno afía con Aquiles, César con Alejandro, Escipión con Ciro. Quien [02:16:37] lea la vida de Ciro, escrita por Gerofonte, reconocerá en la vida de Escipión la gloria [02:16:45] que le reportó delimitarlo y cómo, en lo que se refiere a castidad, a fabilidad, clemencia [02:16:53] y liberalidad, Ecipión se ciñó por completo a lo que Gerofonte escribió de Ciro. [02:17:02] Esta es la conducta que debe observar un príncipe prudente, no permanecer inactivo nunca en [02:17:08] los tiempos de paz, sino, por el contrario, hacer acopio de enseñanzas para valerse de [02:17:15] ellas en la adversidad, a fin de que, si la fortuna cambia, lo halle preparado para resistirle. [02:17:26] Capítulo XV De aquellas cosas por las cuales los hombres [02:17:31] y especialmente los príncipes, son alabados o censurados. [02:17:39] Queda hora por analizar cómo debe comportarse un príncipe en el trato con súbditos y [02:17:45] amigos. Y porque sé que muchos han escrito sobre el tema, me pregunto, al escribir ahora [02:17:53] yo, si no seré tachado de presuntuoso, sobre todo al comprobar que en esta materia me aparto [02:18:02] de sus opiniones. Pero siendo mi propósito escribir cosa útil para quien la entiende, [02:18:11] me ha parecido más conveniente ir tras la verdad efectiva de la cosa que tras su apariencia. [02:18:19] muchos se han imaginado como existentes deberas a repúblicas y principados que nunca han [02:18:26] sido vistos ni conocidos. Porque hay tanta diferencia entre cómo se vive y cómo se [02:18:34] debería vivir, que aquel que deja lo que se hace por lo que debería hacerse, marcha [02:18:41] a su ruina en vez de beneficiarse. Pues un hombre que en todas partes quiera hacer profesión [02:18:49] de bueno, es inevitable que se pierda entre tantos que no lo son. Por lo cual es necesario [02:18:58] que todo príncipe que quiera mantenerse aprenda a no ser bueno y a practicarlo o no [02:19:07] de acuerdo con la necesidad. Dejando pues a un lado las fantasías y preocupándonos [02:19:15] solo de las cosas reales? Digo que todos los hombres, cuando se habla de ellos, y en particular [02:19:24] los príncipes, por ocupar posiciones más elevadas, son juzgados por algunas de estas [02:19:31] cualidades que les valen o censura o elogio. Uno es llamado pródigo, otro tacaño, y empleo [02:19:41] un término toscano, porque Abaro, en nuestra lengua, es también el que tiende a enriquecerse [02:19:50] por medio de la rapiña, mientras que llamamos Tacaño al que se abstiene demasiado de gastar [02:19:58] lo suyo. Uno es considerado dadivoso, otro rapaz, uno cruel, otro clemente, uno traidor, [02:20:10] leal, uno afeminado y pusilámine, otro decidido y animoso, uno humano, otro soberbio, uno [02:20:23] uno lastivo, otro casto, uno sincero, otro astuto, uno duro, otro débil, uno grave, [02:20:36] otro frívolo, uno religioso, otro incrédulo, y así sucesivamente. [02:20:45] Sé que no habría nadie que no opinase que sería cosa muy loable que, de entre todas [02:20:52] las cualidades nombradas, un príncipe poseyese las que son consideradas buenas. Pero como [02:21:01] no es posible poseerlas todas, ni observarlas siempre, porque la naturaleza humana no lo [02:21:07] consiente, le es preciso ser tan cuerdo que sepa evitar la vergüenza de aquellas que [02:21:16] significarían la pérdida del Estado, y si puede, aun de las que no se lo harían perder. [02:21:25] Pero si no puede, no debe preocuparse gran cosa, y mucho menos de incurrir en la infamia [02:21:32] de vicios sin los cuales difícilmente podría salvar el Estado, porque si consideramos esto [02:21:40] con frialdad, hallaremos que, a veces, lo que parece virtud es causa de ruina, y lo [02:21:49] que parece vicio solo acaba por traer el bienestar y la seguridad. [02:21:55] CAPÍTULO 16 De la prodigalidad y de la avaricia [02:22:05] Empezando por la primera de dichas cualidades, digo que estaría bien ser tenido por pródigo. [02:22:11] Sin embargo, la prodigalidad practicada manifiestamente perjudica. [02:22:19] Y por otra parte, si se la practica tal y como se debe practicar, sin que sea conocida, [02:22:26] se creerá a que existe el vicio contrario. Pero como el que quiere conseguir fama de [02:22:32] pródigo entre los hombres, no puede pasar por alto ninguna clase de lujos, sucederá [02:22:38] siempre que un príncipe así, acostumbrado a proceder, consumirá en tales obras todas [02:22:47] sus riquezas, y se verá obligado, a la postre, si desea conservar su reputación, a imponer [02:22:55] excesivos tributos, a ser riguroso en el cobro y a hacer todas las cosas que hay que hacer [02:23:03] para procurarse dinero. Lo cual empezará a tornarle odioso a los ojos de sus súbditos, [02:23:11] y nadie lo estimará ya que se habrá vuelto pobre. Y como con su prodigalidad ha perjudicado [02:23:19] a muchos y beneficiado a pocos, se resentirá al primer inconveniente y peligrará al menor [02:23:27] riesgo. Y si entonces advierte su falla y quiere cambiar de conducta, será tachado [02:23:34] de tacaño. Puesto que un príncipe no puede practicar públicamente esta virtud sin perjuicio, [02:23:43] vendrá, si es sensato, despreocuparse, si es tildado de tacaño. Porque con el tiempo, [02:23:52] al ver que con su avaricia le bastan las rentas para defenderse de sus atacantes y acometer [02:23:59] nuevas empresas sin grabar al pueblo, será tenido siempre, por más pródigo, pues practica [02:24:07] la generosidad con todos aquellos a quienes no quita, que son innumerables, y la avaricia [02:24:15] con todos aquellos a quienes no da, que son pocos. [02:24:21] En nuestros tiempos sólo hemos visto hacer grandes cosas a los hombres considerados tacaños. [02:24:29] Los demás siempre han fracasado. El Papa Julio II, después de usar la fama de pródigo [02:24:37] para llegar al pontificado, la descuidó a fin de pueder hacer la guerra. El actual rey [02:24:44] de Francia ha sostenido tantas guerras sin imponer tributos extraordinarios a sus súbditos [02:24:52] porque con su extremada fortuna, proveyó a los superfluos. Si el actual rey de España [02:25:00] hubiera sido espléndido, no habría realizado ni vencido en tantas empresas. Por tanto, [02:25:08] un príncipe, para no despojar a sus súbditos, para pueder defenderse, para no volverse pobre [02:25:15] y miserable, para no verse obligado a expoliar, debe temer poco incurrir en la tacañería. [02:25:23] Porque este es uno de los vicios que hacen posible reinar. [02:25:28] Y si alguien dijese, gracias a su prodigalidad, César llegó al imperio, y muchos otros, [02:25:38] por haber sido y haberse ganado a fama de pródigos, escalaron altísimas posiciones, [02:25:45] contestaría, ¿o ya eres príncipe, o estás en camino de serlo? [02:25:52] En el primer caso, la liberalidad es perniciosa, en el segundo necesaria. Y César era uno [02:26:01] de los que querían llegar al Principado de Roma. Pero si después de lograrlo hubiese [02:26:07] sobrevivido y no hubiera moderado en los gastos, habría arruinado al Imperio. Y si alguien [02:26:15] replicase, ha habido muchos príncipes reputados por generosos que hicieron grandes cosas con [02:26:23] las armas. Diría yo, o el príncipe gasta lo suyo y lo de los súbditos, o gasta lo [02:26:32] ajeno. En el primer caso debe ser medido, en el otro no debe cuidarse del despilzarro, [02:26:42] Porque el príncipe que va con sus ejércitos y que vive del botín de los saqueos y de [02:26:47] las contribuciones necesita esa esplendidez a costa de los enemigos, ya que de otra manera [02:26:56] los soldados no lo seguirían. [02:26:58] Con aquello que no es del príncipe ni de sus súbditos se puede ser extremadamente [02:27:06] generoso, como lo fueron Ciro, César y Alejandro. [02:27:12] porque el derrochar lo ajeno antes concede que quita reputación. [02:27:19] Sólo el gastar lo de uno perjudica. [02:27:23] No hay cosa que se consuma tanto a sí misma como la prodigalidad, pues cuanto más se [02:27:29] la practica, más se pierde la facultad de practicarla. [02:27:35] y se vuelve el príncipe pobre y despreciable o, si quiere escapar de la pobreza, expoliador [02:27:43] y odioso. Y si hay algo que deba evitarse, es el ser despreciado y odioso, y a ambas [02:27:51] cosas conduce la prodigalidad. Por lo tanto, es más prudente contentarse con el tilde [02:27:59] de tacaño que implica una vergüenza sin odio, que por ganar fama de pródigo incurrir [02:28:06] en el de expoliador que implica una vergüenza con odio. [02:28:15] Capítulo 17. De la crueldad y la clemencia. ¿Y si es mejor ser amado que temido, o ser [02:28:24] temido que amado. Paso a las otras cualidades y acimentadas, [02:28:31] y declaro que todos los príncipes deben desear ser tenidos por clementes y no por crueles, [02:28:40] y sin embargo debe cuidarse de emplear mal esta clemencia. César Borgia era considerado [02:28:48] cruel y, pese a lo cual, fue su crueldad la que impuso el orden en la Romagna, la que [02:28:55] logró su unión y la que la volvió a la paz y a la fe. Que, si se examina bien, se [02:29:03] verá que Borgia fue mucho más clemente que el pueblo florentino que, para evitar ser [02:29:09] estachado de cruel, dejó destruir a Pistoia. Por lo tanto, un príncipe no debe preocuparse [02:29:18] por que lo acusen de cruel, siempre y cuando su crueldad tenga por objeto el mantener unidos [02:29:25] y fieles a los súbditos. Porque con pocos castigos ejemplares será más clemente que [02:29:34] aquellos que, por excesiva clemencia, dejan multiplicar los desórdenes, causas de matanzas [02:29:42] y saqueos que perjudican a toda una población, mientras que las medidas extremas adoptadas [02:29:49] por el Príncipe sólo van en contra de uno. Y es sobre todo un Príncipe nuevo el que [02:29:57] debe evitar los actos de crueldad, pues toda nueva dominación trae consigo infinidad [02:30:04] de peligros. Así se explica que Virgilio ponga en boca [02:30:10] de Dido res dura et regni nobitas metallia congum. [02:30:19] Moliri et lattes fines custode tueri. Sin embargo, debe ser cauto en el crepino [02:30:27] creer y elobrar, no tener miedo de sí mismo y proceder con moderación, prudencia y humanidad, [02:30:36] de modo que una excesiva confianza no lo vuelva imprudente y una desconfianza exagerada intolerable. [02:30:47] Surge de esto una cuestión, si vale más ser amado que temido, o temido que amado. [02:30:55] mejor que ser ambas cosas a la vez. Pero puesto que es difícil reunirlas y que siempre ha [02:31:02] de faltar una, declaro que es más seguro ser temido que amado. [02:31:09] Porque de la generosidad de los hombres se puede decir esto, que son ingratos, volubles, [02:31:17] simuladores, cobardes ante el peligro y ávidos de lucro. Mientras les haces bien, [02:31:25] son completamente tuyos. Te ofrecen su sangre, sus bienes, su vida y sus hijos, pues, como [02:31:34] antes expliqué, ninguna necesidad tienes de ello. Pero cuando la necesidad se presenta, [02:31:42] se revelan. Y el príncipe que ha descansado por entero en su palabra, va a la ruina al [02:31:50] no haber tomado otras providencias. Porque las amistades que se adquieren con el dinero, [02:31:57] y no con la altura y nobleza de almas, son amistades merecidas, pero de las cuales no [02:32:05] se dispone, y llegada la oportunidad no se las puede utilizar. Y los hombres tienen menos [02:32:13] cuidado en ofender a uno que se haga amar que a uno que se haga temer. Porque el amor [02:32:22] es un vínculo de gratitud que los hombres perversos por naturaleza rompen cada vez que [02:32:29] pueden beneficiarse. Pero el temor es miedo al castigo que no se pierde nunca. No obstante, [02:32:38] lo cual el príncipe debe hacerse temer de modo que si no se granjea el amor, evite el [02:32:46] odio. Pues no es imposible ser a la vez temido y no odiado. Y para ello bastará que se [02:32:54] abstenga de apuederarse de los bienes y de las mujeres de sus ciudadanos y súbditos, [02:33:01] y que no proceda contra la vida de alguien, sino cuando hay justificación conveniente [02:33:08] y motivo manifiesto. Pero sobre todo abstenerse de los bienes ajenos, porque los hombres olvidan [02:33:16] antes la muerte del padre que la pérdida del patrimonio. Luego nunca faltan excusas [02:33:25] para despojar a los demás de sus bienes, y el que empieza a vivir de la rapiña siempre [02:33:31] encuentra pretextos para apuederarse de lo ajeno, y por el contrario, para quitar la [02:33:38] vida son más raros y desaparecen con más rapidez. [02:33:45] Pero cuando el príncipe está al frente de sus ejércitos y tiene que gobernar a miles [02:33:50] de soldados, es absolutamente necesario que no se preocupe si merece fama de cruel, porque [02:33:59] sin esta fama, jamás podrá tenerse ejército unido y dispuesto a la lucha. [02:34:06] Entre las infinitas cosas admirables de Aníbal se cita la de que, aunque contaba con un ejército [02:34:14] grandísimo, formado por hombres de todas las razas a los que llevó a combatir en tierras [02:34:20] extranjeras jamás surgió discordia alguna entre ellos ni contra el príncipe, así [02:34:29] en la mala como en la buena fortuna. Y esto no podía deberse sino a su crueldad humana, [02:34:36] que unida a sus muchas otras virtudes, lo hacía venerable y terrible en el concepto [02:34:43] de los soldados, que sin aquella todas las demás no le habrían bastado para ganarse [02:34:50] este respeto. Los historiadores, poco reflexivos, admiran, por una parte, semejante orden, y [02:35:00] por la otra censuran su razón principal. Que si es verdad o no que las demás virtudes [02:35:07] no le habrían bastado, puede verse en Estipión, un hombre de condiciones poco comunes, no [02:35:15] sólo dentro de su boca, sino dentro de toda la historia de la humanidad, cuyos ejércitos [02:35:22] se revelaron en España, lo cual se produjo por culpa de su excesiva clemencia que había [02:35:30] dado a sus soldados más licencia de la que a la disciplina militar convenía. [02:35:37] Falta que Fabio Máximo le reprochó en el Senado llamándolo corruptor de la milicia [02:35:44] romana. Los locrios, habiendo sido ultrajados por un enviado de Scipión, no fueron desagraviados [02:35:54] por este ni la insolencia del primero fue castigada naciendo todo de aquel su blando [02:36:01] carácter, y a tal extremo que alguien que lo quiso justificar ante el Senado, dijo que [02:36:09] pertenecía a la clase de hombres que saben mejor no equivocarse que enmendar las equivocaciones [02:36:17] ajenas. Este carácter, con el tiempo, habría acabado por empañar su fama y su honor a [02:36:26] haber llegado este hipión al mando absoluto, pero como estaba bajo las órdenes del Senado, [02:36:34] no sólo quedó escondida a esta mala cualidad suya, sino que se convirtió en su gloria. [02:36:42] Volviendo a la cuestión de ser amado o temido, concluyo que, como el amar depende de la voluntad [02:36:49] de los hombres y el temer de la voluntad del Príncipe, un Príncipe prudente debe apoyarse [02:36:57] en lo suyo y no en lo ajeno, pero como he dicho, tratando siempre de evitar el odio. [02:37:05] CAPÍTULO 18 De qué modo los príncipes deben cumplir [02:37:15] sus promesas. Nadie deja de comprender cuán digno de alabanza [02:37:22] es el príncipe que cumple la palabra dada, que obra con rectitud y no con doblez. [02:37:31] Pero la experiencia nos demuestra, por lo que sucede en nuestros tiempos, que son precisamente [02:37:37] los príncipes que han hecho menos caso de la fe jurada, envuelto a los demás con su [02:37:44] astucia y reído de los que han confiado en su lealtad, los únicos que han realizado [02:37:52] grandes empresas. [02:37:55] Primero que hay dos maneras de combatir. Una con las leyes, otra con la fuerza. [02:38:05] La primera es distintiva del hombre, la segunda de la bestia. [02:38:12] Pero como a menudo la primera no basta, es forzoso recurrir a la segunda. [02:38:19] un príncipe debe saber entonces comportarse como bestia y como hombre. Esto es lo que [02:38:27] los antiguos escritores enseñaron a los príncipes de un modo velado, cuando dijeron que Aquiles [02:38:35] y muchos otros de los príncipes antiguos fueron confiados al centauro Quirón para [02:38:42] que los criara y educase. Lo cual significa que, como el preceptor es [02:38:48] mitad bestia y mitad hombre, un príncipe debe saber emplear las cualidades de ambas [02:38:55] naturalezas y que una no puede durar mucho tiempo sin la otra. De manera que, ya que [02:39:04] se ve obligado a comportarse como bestia, conviene que el príncipe se transforma en [02:39:10] zorro y en león, porque el león no sabe protegerse de las trampas, ni el zorro protegerse [02:39:18] de los lobos. Hay pues que ser zorro para conocer las trampas, y león para espantar [02:39:28] a los lobos. Los que sólo se sirven de las cualidades del león, demuestran poca experiencia. [02:39:37] Por lo tanto, un príncipe prudente no debe observar la fe jurada cuando semejante observancia [02:39:45] vaya en contra de sus intereses y cuando hayan desaparecido las razones que le hicieron [02:39:51] prometer. [02:39:54] Si los hombres fuesen todos buenos, este precepto no sería bueno, pero como son perversos y [02:40:02] y no la observarían contigo, tampoco tú debes observarla con ellos. Nunca faltaron [02:40:09] a un príncipe razones legítimas para disfrazar la inobservancia. Se podrían citar innumerables [02:40:17] ejemplos modernos de tratados de paz y promesas vueltos inútiles por la infidelidad de los [02:40:25] hombres, que el que mejor ha sabido ser zorro, ese ha triunfado. Pero hay que saber disfrazarse [02:40:33] bien y ser hábil en fingir y en disimular. Los hombres son tan simples y de tal manera [02:40:42] obedecen a las necesidades del momento que aquel que engaña encontrará siempre quién [02:40:49] se deje engañar. No quiero callar uno de los ejemplos contiemporáneos. Alejandro VI [02:40:58] nunca hizo ni pensó en otra cosa que en engañar a los hombres, y siempre halló oportunidad [02:41:06] para hacerlo. Jamás hubo hombre que prometiese con más desparpajo ni que hiciera tantos [02:41:13] juramentos sin cumplir ninguno. Y, sin embargo, los engaños siempre les salieron a pedir [02:41:22] de boca porque conocía bien esta parte del mundo. No es preciso que un príncipe posea [02:41:30] todas las virtudes citadas, pero es indispensable que aparente poseerlas. Y hasta me atreveré [02:41:37] a decir esto, que el tenerlas y practicarlas siempre es perjudicial, y al aparentar tenerlas [02:41:47] útil. Está bien mostrarse piadoso, fiel, humano, recto y religioso, y a sí mismo [02:41:56] serlo efectivamente. Pero se debe estar dispuesto a irse al otro extremo si ello fuera necesario, [02:42:05] Y ha de tenerse presente que un príncipe, y sobre todo un príncipe nuevo, no puede [02:42:11] observar todas las cosas gracias a las cuales los hombres son considerados buenos, porque [02:42:20] a menudo, para conservarse en el pueder, se ve arrastrado a obrar contra la fe, la caridad, [02:42:29] la humanidad y la religión. [02:42:32] Es preciso, pues, que tenga una inteligencia capaz de adaptarse a todas las circunstancias [02:42:40] y que, como he dicho antes, no sea parte del bien mientras pueda, pero que, en caso de [02:42:48] necesidad, no titube en entrar en el mal. [02:42:54] Por todo esto, un príncipe debe tener muchísimo cuidado de que no le brote nunca de los labios [02:43:02] algo que no está empapado de las cinco virtudes citadas, y de que, al verlo y oírlo, parezca [02:43:10] la clemencia, la fe, la rectitud y la religión mismas, sobre todo esta última. Pues los [02:43:19] hombres en general juzgan más con los ojos que con las manos, porque todos pueden ver, [02:43:27] pero pocos tocar. Todos ven lo que parece ser, más pocos saben lo que eres, y estos [02:43:37] pocos no se atreven a oponerse a la opinión de la mayoría que se escucha detrás de la [02:43:43] majestad del Estado. Y en las acciones de los hombres y particularmente de los príncipes, [02:43:52] donde no hay apelación posible, se atiende a los resultados. [02:43:57] Trate pues un príncipe de vencer y conservar el Estado, que los medios siempre serán honorables [02:44:05] y loados por todos, porque el vulgo se deja engañar por las apariencias y por el éxito, [02:44:14] y en el mundo sólo hay vulgo, ya que las minorías no cuentan, sino cuando las mayorías [02:44:21] no tienen donde apoyarse. Un príncipe de estos tiempos, a quien no es oportuno nombrar, [02:44:30] jamás predica otra cosa que concordia y buena fe. Y ese enemigo acérrimo de ambas, ya que, [02:44:39] si las hubiese observado, habría perdido más de una vez la fama y las tierras. [02:44:46] Capítulo XIX. ¿De qué modo debe evitarse ser despreciado [02:44:55] y odiado? Como de entre las cualidades mencionadas ya [02:45:02] hablé de las más importantes, quiero ahora, bajo este título general, referirme brevemente [02:45:10] a las otras. Trate el príncipe de oír de las cosas que lo hagan odioso o despreciable, [02:45:19] y una vez logrado, habrá cumplido con su deber, y no tendrá nada que temer de los [02:45:25] otros vicios. Hace odioso, sobre todo, como ya he dicho antes, el ser expoliador y el [02:45:34] del apuederarse de los bienes y de las mujeres de los súbditos, de todo lo cual convendrá [02:45:41] abstenerse. Porque la mayoría de los hombres, mientras no se ven privados de sus bienes [02:45:48] y de su honor, viven contentos, y el príncipe queda libre para combatir la ambición de [02:45:56] los menos que puede cortar fácilmente y de mil maneras distintas. [02:46:02] despreciable el ser considerado voluble, frívolo, afeminado, pusilámine e irresoluto, de efectos [02:46:13] de los cuales debe alejarse como una nave de un escollo, e ingeniarse para que en sus [02:46:20] actos se reconozca grandeza y valentía, seriedad y fuerza. [02:46:26] Y con respecto a los asuntos privados de los súbditos, debe procurar que sus fallos sean [02:46:34] irrevocables y empeñarse en adquirir tal autoridad que nadie piense en engañarlo ni [02:46:42] envolverlo con intrigas. [02:46:45] El príncipe que conquista semejante autoridad es siempre respetado, pues difícilmente se [02:46:52] conspira contra quien, por ser respetado, tiene necesariamente que ser bueno y querido [02:47:00] por los suyos. Y un príncipe debe temer dos cosas, en el [02:47:05] interior que se le subleven los súbditos, en el exterior que le ataquen las potencias [02:47:13] extranjeras. De estas se defenderá con buenas armas y buenas alianzas, y siempre tendrá [02:47:21] buenas alianzas el que tenga buenas armas. Así como siempre en el interior, estarán [02:47:29] seguras las cosas cuando lo estén en el exterior, a menos que no hubiesen sido previamente perturbadas [02:47:38] por una conspiración. Y aun cuando los enemigos de afuera amenazasen, si ha vivido como he [02:47:47] aconsejado, y no pierde la presencia de espíritu, resistirá todos los ataques, como he aconsejado [02:47:55] que hizo el espartano Nabis. En lo que se refiere a los súbditos, y a pesar de que [02:48:02] no exista amenaza extranjera alguna, ha de cuidar que no conspiren secretamente. Pero [02:48:10] de este peligro puede asegurarse evitando que lo odien o lo desprecien, y como yo antes [02:48:17] he repetido, empeñándose por todos los medios en tener satisfecho al pueblo. [02:48:25] Porque el no ser odiado por el pueblo es uno de los remedios más eficaces de que dispone [02:48:32] un príncipe contra las conjuraciones. El conspirador siempre cree que el pueblo quedará [02:48:40] contento con la muerte del príncipe y jamás, si sospecha que se producirá el efecto contrario, [02:48:49] se decide a tomar semejante partido, pues son infinitos los peligros que corre el que [02:48:56] La experiencia nos demuestra que hubo muchísimas conspiraciones y que muy pocas tuvieron éxito. [02:49:06] Porque el que conspira no puede obrar solo ni buscar la complicidad de los que no cree [02:49:12] descontentos. Y no hay descontento que no se regocije en cuanto le hayas confesado tus [02:49:20] propósitos, porque de la revelación de tu secreto puede esperar toda clase de beneficios. [02:49:29] Es preciso que sea muy amigo tuyo o enconado enemigo del príncipe para que al hallar en [02:49:36] una parte ganancias seguras y en la otra dudosas y llenas de peligro, te sea leal. [02:49:43] Y para reducir el problema a sus últimos términos, declaro que de parte del conspirador [02:49:51] sólo hay recelos, sospechas y temor al castigo, mientras que el príncipe cuenta con la majestad [02:50:00] del principado, con las leyes y con la ayuda de los amigos, de tal manera que si se ha [02:50:06] granjeado la simpatía popular, es imposible que haya alguien que sea tan temerario como [02:50:13] para conspirar. Pues si un conspirador está, por lo común, rodeado de peligros antes de [02:50:21] consumar el hecho, lo estará aún más después de ejecutarlo, porque no encontrará amparo [02:50:30] en ninguna parte. Sobre este particular podrían citarse innumerables ejemplos, pero me daré [02:50:40] por satisfecho con mencionar uno que pertenece a la época de nuestros padres, Miser Aníbal [02:50:49] Ventiboglio, abuelo del actual Miser Aníbal, que era príncipe de Bologna, fue asesinado [02:50:57] por los kaneski que se habían conjurado contra él, no quedando de los suyos más que Mr. [02:51:05] Juan que era una criatura. Inmediatamente después de semejante crimen, se sublebó el [02:51:13] pueblo y exterminó a todos los kaneski. Esto nace de la simpatía popular que la casa de [02:51:21] los ventiboglio tenía en aquellos tiempos, y que fue tan grande que, no quedando de ella [02:51:29] nadie en Bologna que pudiese, muerto Aníbal, regir el Estado, y habiendo inicios de que [02:51:37] en Florencia existía un descendiente de los ventiboglio, que se consideraba hasta entonces [02:51:44] hijo de Cerrajero, vinieron los boloñeses en su busca a Florencia y le entregaron el [02:51:52] gobierno de aquella ciudad, la que fue gobernada por él hasta que Mr. Juan hubo llegado a [02:51:59] una edad adecuada para asumir el mando. Llegó pues a la conclusión de que un príncipe, [02:52:09] es apreciado por el pueblo, debe cuidarse muy poco de las conspiraciones, pero que debe [02:52:16] temer todo y a todos cuando lo tienen por enemigo y es aborrecido por él. Los estados [02:52:24] bien organizados y los príncipes sabios siempre han procurado no exasperar a los nobles y, [02:52:32] a la vez tener satisfecho y contento al pueblo. Es este uno de los puntos a que más debe [02:52:41] atender un príncipe. En la actualidad, entre los reinos bien organizados, [02:52:48] cabe nombrar el de Francia, que cuenta con muchas instituciones buenas que están al [02:52:54] servicio de la libertad y de la seguridad del Rey, de las cuales la primera es el Parlamento, [02:53:02] como el que organizó este reino conocía, por una parte, la ambición y la violencia [02:53:08] de los puederosos y la necesidad de tenerlos como de una brida para corregirlos, y por [02:53:16] otra, el odio a los nobles que el temor hacía nacer en el pueblo, temor que había que [02:53:23] hacer desaparecer, dispuso que no fuese cuidado exclusivo del rey esa tarea, para evitar [02:53:32] le los inconvenientes que tendría con los nobles si favorecía al pueblo, y los que [02:53:38] tendría con el pueblo si favorecía a los nobles. [02:53:43] Creó entonces un tercer pueder que, sin responsabilidades para el rey, castigase a los nobles y beneficiase [02:53:52] al pueblo. No podía tomarse medida mejor, ni más juiciosa, ni que tanto proveyese a [02:54:01] seguridad del Rey y del Reino, de donde puede extraerse esta consecuencia digna de mención. [02:54:08] Que los príncipes deben encomendar a los demás las tareas gravosas y reservarse las [02:54:17] agradables. Y vuelvo a repetir que un príncipe debe estimar a los nobles, pero sin hacerse [02:54:26] odiar por el pueblo. ¿Acaso podrá parecer a muchos que el ejemplo [02:54:32] de la vida y muerte de ciertos emperadores romanos contradice mis opiniones? Porque hubo [02:54:39] quienes a pesar de haberse conducido siempre virtuosamente y de poseer grandes cualidades, [02:54:48] perdieron el imperio o peor aún, fueron asesinados por sus mismos súbditos, conjurados en su [02:54:56] contra. Para contestar a estas objeciones, examinaré [02:55:01] el comportamiento de algunos emperadores y demostraré que las causas de su ruina no [02:55:08] difieren de las que he expuesto y mientras tanto recordaré los hechos más salientes [02:55:15] de la historia de aquellos tiempos. Belimitaré a tomar a los emperadores que se sucedieron [02:55:22] desde Marco el filósofo hasta Maximino. Marco, su hijo cómodo, Pertinax, Juliano, [02:55:32] Severo, su hijo Antonio Caracalla, Macrino, Helio Gávalo, Alejandro y Maximino. Pero [02:55:43] antes conviene hacer notar que mientras los príncipes de hoy solo tienen que luchar [02:55:49] contra la ambición de los nobles y la violencia de los pueblos, los emperadores romanos tenían [02:55:57] que hacer frente a una tercera dificultad, la codicia y la crueldad de sus soldados, [02:56:04] motivo de la ruina de muchos. Porque era difícil dejar a la vez satisfechos [02:56:11] a los soldados y al pueblo, pues en tanto que el pueblo amaba la paz y a los príncipes [02:56:18] sosegados, las tropas preferían a los príncipes belicosos, violentos, crueles y rapaces, y [02:56:27] mucho más si lo eran contra el pueblo, ya que así duplicaban la ganancia y tenían [02:56:34] ocasión de desahogar su codicia y su perversidad. Esto explica por qué los emperadores que [02:56:42] que carecían de autoridad suficiente para contener a unos y a los otros, siempre fracasaban. [02:56:49] Y explica también por qué la mayoría, y sobre todo los que subían al trono por herencia, [02:56:56] una vez conocida la imposibilidad de dejar satisfechas a ambas partes, se decidían por [02:57:02] los soldados, sin importarles pisotear al pueblo. ¿Era el partido lógico? Cuando el [02:57:09] El príncipe no puede evitar ser odiado por una de las dos partes, debe inclinarse hacia [02:57:15] el grupo más numeroso, y cuando esto no es posible, inclinarse hacia el más fuerte. [02:57:23] De ahí que los emperadores, que al serlo por razones ajenas al derecho, tenían necesidad [02:57:30] de apoyos extraordinarios, buscasen contentar a los soldados antes que al pueblo. Lo cual, [02:57:38] Sin embargo, podía resultarles ventajoso o no, según que supiesen o no, ganarse y conservar [02:57:47] su respeto. [02:57:49] Por tales motivos, Marco, Pertinax y Alejandro, a pesar de su vida moderada, a pesar de ser [02:57:57] amantes de la justicia, enemigos de la crueldad, humanitarios y benévolos, tuvieron todos, [02:58:06] llamó Marco triste fin. Y Marco vivió y murió amado, gracias a que llegó al trono [02:58:15] por derecho de herencia, sin debérselo al pueblo ni a los soldados, ya que, como estaba [02:58:22] adornado de muchas virtudes que lo hacían venerable, tuvo siempre, mientras vivió, [02:58:30] sometidos a unos y a otros a su voluntad, y nunca fue odiado ni despreciado. Pero Pertinax [02:58:39] fue hecho emperador contra el parecer de los soldados, que acostumbrados a vivir en la [02:58:45] mayor licencia bajo cómodo, no podían tolerar la vida virtuosa que aquel pretendía imponerles, [02:58:54] y por esto fue odiado, y como al odio se agregó el desprecio que inspiraba su vejez, [02:59:02] pereció en los comienzos mismos de su reinado. Y aquí se debe señalar que el odio se gana [02:59:09] tanto con las buenas acciones como con las perversas, por cuyo motivo, como dije antes, [02:59:17] Un príncipe que quiere conservar el pueder es a menudo forzado a no ser bueno, porque [02:59:24] cuando aquel grupo, ya sea pueblo, soldados o nobles, del que tú juzgas tener necesidad [02:59:32] para mantenerte, está corrompido, te conviene seguir su capricho para satisfacerlo, pues [02:59:40] entonces las buenas acciones serían tus enemigas. [02:59:46] Detengámonos ahora en Alejandro, hombre de tanta bondad que, entre los elogios que se [02:59:52] le tributaron, figura el de que en catorce años que reinó, no hizo matar a nadie sin [02:59:59] juicio previo, pero su fama de persona débil y que se dejaba gobernar por su madre, le [03:00:06] acarreó el desprecio de los soldados que se sublevaron y lo mataron. [03:00:12] Por el contrario, Cómodo, Severo, Antonio Caracalla y Máximo, fueron ejemplos de crueldad [03:00:21] y despotismo llevados al extremo. Para congraciarse con los soldados no ahorraron [03:00:29] ultrajes al pueblo, y todos, a excepción de Severo, acabaron mal. [03:00:35] Severo, aunque oprimió al pueblo, pudo reinar felizmente, en mérito al apoyo de los soldados [03:00:45] y a sus grandes cualidades, que lo hacían tan admirable a los ojos del pueblo y del [03:00:51] ejército, que éste quedaba reverente y satisfecho, y aquel atemorizado y estupefacto. [03:00:59] Y como sus acciones fueron notables para un príncipe nuevo, quiero explicar brevemente [03:01:06] lo bien que supo proceder como zorro y como león, cuyas cualidades, como ya he dicho, [03:01:14] deben ser imitadas por todos los príncipes. [03:01:19] Enterado de que el emperador Juliano era un cobarde, Severo convenció al ejército [03:01:26] que estaba bajo su mando en esclavonia de que era necesario ir a Roma para vengar la [03:01:33] muerte de Pertinax, a quien los pretorianos habían asesinado. Y con este pretexto, sin [03:01:41] dar a conocer sus aspiraciones al imperio, condujo al ejército contra Roma y estuvo [03:01:47] en Italia antes de que se hubiese tenido noticia de su partida. [03:01:53] vez en Roma dio muerte a Juliano, y el Senado, lleno de espanto, lo eligió emperador. Pero [03:02:03] para dueñarse del Estado, quedaban aún asevero dos dificultades. La primera en Oriente, donde [03:02:12] Níger, jefe de los ejércitos asiáticos, se había hecho proclamar emperador. La segunda [03:02:20] en occidente, donde se hallaba Albino, quien también tenía pretensiones al Imperio. [03:02:27] Y como juzgaba peligroso declararse a la vez enemigo de los dos, resolvió atacar a Níger [03:02:35] y engañar a Albino, para lo cual escribió a éste que, elegido emperador por el Senado, [03:02:43] quería compartir el trono con él, le mandó el título de César y por acuerdo del Senado [03:02:50] lo convirtió en su colega, distinción que Albino aceptó sin vacilar. [03:02:57] Pero una vez que hubo vencido y muerto a Níger y pacificadas las cosas en Oriente, volvió [03:03:04] a Roma y se quejó al serado de que Albino, olvidándose de los beneficios que le debía, [03:03:13] tratado vilmente de matarlo, por lo cual era preciso que castigara su ingratitud. Fue entonces [03:03:21] a buscarlo a las gálias y le quitó la vida y el estado. [03:03:27] Quien examine pues detenidamente las acciones de Severo, verá que fue un feroz león y [03:03:35] un zorro muy astuto, y advertirá que todos le temieron y respetaron y que el ejército [03:03:42] no le odió. Y no se asombrará de que él, príncipe nuevo, haya podido ser amo de un [03:03:50] imperio tan vasto, porque su ilimitada autoridad lo protegió siempre del odio que sus depredaciones [03:03:59] podían haber hecho nacer en el pueblo. Pero Antonio, su hijo, también fue hombre de [03:04:06] de cualidades que lo hacía lo admirable en el concepto del pueblo y grato en el de los [03:04:12] soldados. Marón de genio guerrero, durísimo a la fatiga, enemigo de la molicia y de los [03:04:21] placeres de la mesa, no podía menos de ser querido por todos los soldados. Sin embargo, [03:04:29] Su ferocidad era tan grande e inaudita que, después de innumerables asesinatos aislados, [03:04:38] exterminó a gran parte del pueblo de Roma y a todo el de Alejandría. [03:04:44] Por este motivo se hizo odioso a todo el mundo, empezó a ser temido por los mismos que lo [03:04:50] rodeaban y, a la postre, fue muerto por un centurión en presencia de todo el ejército. [03:04:58] Conviene notar al respecto que no está en manos de ningún príncipe evitar esta clase [03:05:04] de atentados, producto de la firme decisión de un hombre de carácter, porque al que no [03:05:12] le importa morir no le asusta quitar la vida a otro. [03:05:17] Pero no los tema al príncipe, pues son rarísimos y preocúpese en cambio por no inferir ofensas [03:05:25] graves a nadie que esté junto a él para el servicio del Estado. Es lo que no hizo [03:05:32] Antonino, ya que, a pesar de haber asesinado en forma ignominiosa a un hermano del centurión [03:05:41] y de amenazar a este diariamente con lo mismo, lo conservaba en su guardia particular. [03:05:49] tranquilidad temeraria que tenía que traerle la muerte y se la trajo. [03:05:57] Pasemos a Cómodo, a quien por ser hijo de Marco y haber recibido el Imperio en herencia, [03:06:04] fácil lo hubiera sido conservarlo, dado que, con solo seguir las huellas de su padre, hubiese [03:06:11] tenido satisfecho a pueblo y ejército. Pero fue un hombre cruel y brutal que, para [03:06:19] desahogar su ansia de rapiña contra el pueblo, trató de captarse la benevolencia de las [03:06:26] tropas permitiéndoles toda clase de licencias. Por otra parte, olvidado de la dignidad que [03:06:34] que investía bajó muchas veces a la arena para combatir con los gladiadores y cometió [03:06:40] vilezas incompatibles con la majestad imperial, con lo cual se acarreó el desprecio de los [03:06:48] soldados, de modo que, odiado por un grupo y aborrecido por el otro, fue asesinado a [03:06:56] consecuencia de una conspiración. [03:07:01] Nos quedan por examinar las cualidades de Maximino. [03:07:06] Fastidiadas las tropas por la inactividad de Alejandro, de quien ya he hablado, elevaron [03:07:13] al Imperio, una vez muerto este, a Maximino, hombre de espíritu extraordinariamente belicoso, [03:07:22] que no se conservó en el pueder mucho tiempo porque hubo dos cosas que le hicieron odioso [03:07:29] y despreciable. La primera, su baja condición, pues nadie ignoraba que había sido pastor [03:07:36] en tracia, y esto producía universal disgusto. La otra, su fama de sanguinario. Había diferido [03:07:47] su marcha a Roma para tomar posesión del mando, y en el intervalo había cometido en Roma [03:07:55] y en todas partes del Imperio, por intermedio de sus prefectos, un sinfín de depredaciones. [03:08:04] Menospreciado por la bajeza de su origen y odiado por el temor de su ferocidad, era natural [03:08:12] que todo el mundo se sintiese inquieto y, en consecuencia, que el África se revelase [03:08:20] y que el Senado y luego el pueblo de Roma y toda Italia conspirasen contra él. [03:08:28] Su propio ejército, mientras sitiaba a Aquilea sin pueder tomarla, cansado de sus crueldades [03:08:37] y temiéndolo menos al verlo rodeado de tantos enemigos, se plegó al movimiento y lo mató. [03:08:47] No quiero referirme a Helio Gábalo, Macrino y Juliano, que por ser harto despreciables [03:08:55] tuvieron pronto fin, y atenderé a las conclusiones de este discurso. Los príncipes actuales [03:09:03] no se encuentran ante la dificultad de tener que satisfacer en forma desmedida a los soldados, [03:09:11] pues aunque haya que tratarlos con consideración, el caso es menos grave dado que estos príncipes [03:09:19] no tienen ejércitos propios, vinculados estrechamente con los gobiernos y las administraciones provinciales, [03:09:29] como estaban los ejércitos del Imperio Romano. Y si entonces había que inclinarse a satisfacer [03:09:37] a los soldados antes que al pueblo, se explica porque los soldados eran más puederosos que [03:09:44] el pueblo, mientras que ahora todos los príncipes, salvo el turco y el sultán, tienen que satisfacer [03:09:54] antes al pueblo que a los soldados, porque aquel puede más que estos. [03:10:03] al turco, que por estar siempre rodeado por 12.000 infantes y 15.000 jinetes, de los cuales [03:10:11] dependen la seguridad y la fuerza del reino, necesita posponer toda otra preocupación [03:10:19] para de conservar la amistad de las tropas. Del mismo modo, conviene que el sultán, cuyo [03:10:26] reino está por completo en manos del ejército, conserve las simpatías de éste sin tener [03:10:33] consideraciones para con el pueblo. Y adviértase que este estado del sultán es muy distinto [03:10:42] de todos los principados y sólo parecido al pontificado cristiano, al que no puede [03:10:49] llamársele principado hereditario ni principado nuevo, porque no son los hijos del principado [03:10:56] viejo los herederos y futuros príncipes, sino el elegido para ese puesto por los que [03:11:04] tienen autoridad. Y como se trata de una institución antigua, no le corresponde el nombre de principado [03:11:12] nuevo, aparte de que no se encuentran en él los obstáculos que existen en los nuevos. [03:11:20] Pues si bien el príncipe es nuevo, la Constitución del Estado es antigua y el gobernante es recibido [03:11:28] como quien lo es por derecho hereditario. [03:11:33] Pero volvamos a nuestro asunto. [03:11:36] Cualquiera que meditase este discurso hallaría que la causa de la ruina de los emperadores [03:11:42] citados ha sido el odio o el desprecio, y descubriría a qué se debe que, mientras [03:11:50] parte de ellos procedieron de un modo y parte de otro, en ambos modos hubo dichosos y desgraciados. [03:11:59] Pertinax y Alejandro fracasaron porque, siendo príncipes nuevos, quisieron imitar a Marco, [03:12:09] que había llegado al imperio por derecho de sucesión. Y lo mismo le sucedió a Caracalla, [03:12:16] cómodo y maximino, al intentar seguir las huellas de Severo cuando carecían de sus [03:12:22] cualidades. Se concluye de esto que un príncipe nuevo, en un principado nuevo, no puede imitar [03:12:31] la conducta de marco, ni tampoco seguir los pasos de Severo, sino que debe tomar de éste [03:12:39] las cualidades necesarias para fundar un Estado, y una vez establecido y firme, las cualidades [03:12:47] de aquel que mejor tiendan a conservarlo. [03:12:53] Capítulo XX Si las fortalezas, y muchas otras cosas que [03:12:58] los príncipes hacen con frecuencia, son útiles o no. [03:13:04] Hubo príncipes que para conservar sin inquietudes el Estado, desarmaron a sus súbditos. Príncipes [03:13:13] que dividieron los territorios conquistados. Príncipes que favorecieron a sus mismos [03:13:20] enemigos. Príncipes que se esforzaron por atraerse a aquellos que les inspiraban recelos [03:13:27] al comienzo de su gobierno, príncipes, en fin, que construyeron fortalezas y príncipes [03:13:36] que las arrasaron. Y aunque sobre estas cosas no se pueda dictar [03:13:42] sentencia sin conocer las características del Estado donde habría de tomarse semejante [03:13:49] resolución. Hablaré, sin embargo, del modo más amplio que la materia permita. Nunca [03:13:57] sucedió que un príncipe nuevo desarmase a sus súbditos. Por el contrario, los armó [03:14:04] cada vez que los encontró desarmados. De este modo, las armas del pueblo se convirtieron [03:14:12] en las del príncipe. Los que recelaban se hicieron fieles, los fieles continuaron siéndolo, [03:14:20] y los súbditos se hicieron partidarios. Pero como no es posible armar a todos los [03:14:28] súbditos, resultan favorecidos aquellos a quienes el príncipe arma y se puede vivir [03:14:35] más tranquilo con respecto a los demás. Por esta distinción de que se reconocen deudores [03:14:42] al príncipe, los primeros se consideran más obligados a él, y los otros lo disculpan [03:14:50] comprendiendo que es preciso que gocen de más beneficios los que tienen más deberes [03:14:57] y se exponen a más peligros. Pero cuando se los desarma, se empieza por ofenderlos, [03:15:06] que se les demuestra que por cobardía o desconfianza se tiene poca fe en su lealtad. [03:15:13] Y cualquiera de estas dos opiniones engendra odio contra el príncipe. [03:15:19] Y como el príncipe no puede quedar desarmado, es forzoso que recurra a las milicias mercenarias, [03:15:29] cuyos defectos ya he hablado. Pero aún cuando solo tuviesen virtudes, no pueden ser tantas [03:15:38] como para defenderlo de los enemigos puederosos y de los súbditos descontentos. [03:15:43] Por eso, como he dicho, un príncipe nuevo en un principado nuevo no ha dejado nunca [03:15:52] de organizar su ejército según no prueban los ejemplos de que está llena la historia. [03:15:59] Ahora bien, cuando un príncipe adquiera un estado nuevo que añade al que ya poseía, [03:16:07] entonces sí que conviene que desarme a sus nuevos súbditos, excepción hecha de aquellos [03:16:14] que se declararon partidarios suyos durante la conquista. Y aun a estos, con el transcurso [03:16:21] del tiempo y aprovechando las ocasiones que se le brinden, es preciso debilitarlos y reducirlos [03:16:29] a la inactividad y arreglarse de modo que el ejército del Estado se componga de los [03:16:36] soldados que rodeaban al Príncipe en el Estado Antiguo. [03:16:41] Nuestros antepasados, y particularmente los que tenían fama de sabios, solían decir [03:16:49] que para conservar Apistoia bastaban las disensiones y para conservar a Pisa las fortalezas. Por [03:16:58] tal motivo y para gobernarlas más fácilmente fomentaban la discordia en las tierras sometidas, [03:17:07] medida muy lógica en una época en que las fuerzas de Italia estaban equilibradas. Pero [03:17:13] Pero no me parece que pueda darse hoy por precepto, porque no creo que las divisiones [03:17:19] traigan beneficio alguno. [03:17:22] Al contrario, juzgo inevitable que las ciudades enemigas se pierdan en cuanto el enemigo [03:17:29] se aproxime, pues siempre el partido más débil se unirá a las fuerzas externas y [03:17:36] el otro no podrá resistir. [03:17:40] Por estas razones, según creo, los venecianos fomentaban en las ciudades conquistadas la [03:17:48] creación de gelfos y guibelinos, y aunque no los dejaron llegar al derramamiento de [03:17:54] sangre, alimentaban, sin embargo, estas discordias entre ellos, a fin de que, ocupados en sus [03:18:02] diferencias, no se uniesen contra el enemigo común. [03:18:06] Pero, como hemos visto, este proceder se volvió en su contra, pues derrotados en Baila, uno [03:18:16] de los partidos cobró valor y les arrebató todo el Estado. [03:18:22] Semejantes recursos inducen a sospechar la existencia de alguna debilidad en el príncipe, [03:18:29] porque un príncipe fuerte jamás tolerará tales divisiones que podrán serle útiles [03:18:36] en tiempos de paz cuando, gracias a ellas, manejará más fácilmente a sus súbditos, [03:18:43] pero que mostrarán su ineficacia en cuanto sobrevenga la guerra. [03:18:49] Indudablemente, los príncipes son grandes cuando superan las dificultades y la oposición [03:18:56] que se les hace. Por esta razón, y sobre todo, cuando quiere hacer grande a un príncipe [03:19:03] nuevo, a quien le es más necesario adquirir fama que a uno hereditario, la fortuna le [03:19:10] suscita enemigos y guerras en su contra para darle oportunidad de que la supere y pueda, [03:19:17] sirviéndose de la escala que los enemigos le han traído, elevarse a mayor altura. [03:19:23] Y hasta hay quienes afirman que un príncipe hábil debe fomentar con astucia ciertas resistencias [03:19:32] para que al aplastarlas sea creciente su gloria. [03:19:36] Los príncipes, sobre todo los nuevos, han hallado más consecuencia y más utilidad [03:19:44] en aquellos que al principio de su gobierno les eran sospechosos que en aquellos en quienes [03:19:52] confiaban. [03:19:53] Pandolfo Petrucci, príncipe de Siena, gobernaba su estado más con los que le habían sido [03:20:01] sospechosos que con nosotros. [03:20:05] Pero de este punto no se pueden extraer conclusiones generales porque varían según el caso. [03:20:13] Sólo diré esto, que los hombres que al principio de un reinado han sido enemigos, si su carácter [03:20:21] es tal que para continuar la lucha necesitan apoyo ajeno, el príncipe podrá siempre [03:20:28] y muy fácilmente conquistarlos a su causa. Y nos servirán con tanta más fidelidad, [03:20:36] cuanto que saben que les es preciso borrar con buenas obras la mala opinión en que [03:20:42] se los tenía. Y así el príncipe saca de ellos más provecho que de los que por serle [03:20:50] demasiado fieles descuidan sus obligaciones. Y puesto que el tema lo exige, no dejaré [03:20:58] de recordar al Príncipe que adquiera un Estado nuevo mediante la ayuda de los ciudadanos, [03:21:06] que examine bien el motivo que impulsó a éstos a favorecerlo, porque si no se trata [03:21:13] de afecto natural, sino de descontento con la situación anterior del Estado, difícil [03:21:20] y fatidosamente podrá conservar su amistad, pues tampoco él podrá contentarlos. [03:21:28] Con los ejemplos que los hechos antiguos y modernos proporcionan, méditesen serenamente [03:21:35] en la razón de todo esto, y se verá que es más fácil conquistar la amistad de los [03:21:41] enemigos, que lo son porque estaban satisfechos con el gobierno anterior, que la de los que [03:21:49] por estar descontentos se hicieron amigos del nuevo príncipe y lo ayudaron a conquistar [03:21:56] el Estado. Los príncipes, para conservarse más seguramente en el pueder, acostumbraron [03:22:03] construir fortalezas que fuesen rienda y freno para quienes se atreviesen a orar en su contra, [03:22:11] y refugio seguro para ellos en caso de un ataque imprevisto. [03:22:18] Alabo esta costumbre de los antiguos, pero repárese en que estos tiempos se han visto [03:22:25] a Nicolás Vitelli arrasar dos fortalezas en Chitad y Castelo para conservar la plaza. [03:22:33] Guido Ubaldo, duque de Urbino, al volver a sus estados de donde lo arrojó César Borgia, [03:22:42] destruyó hasta los cimientos todas las fortalezas de aquella provincia, convencido de que sin [03:22:48] ellas sería más difícil arrebatarle el estado. [03:22:54] Lo mismo hicieron los ventiboglio al volver a Bologna. [03:22:59] Por consiguiente, las fortalezas pueden ser útiles o no, según los casos, pues si en [03:23:06] unas ocasiones favorecen, en otras perjudican. [03:23:11] Podría resolverse la cuestión de esta manera. [03:23:14] El príncipe que teme más al pueblo que a los extranjeros debe construir fortalezas, [03:23:22] pero el que teme más a los extranjeros que al pueblo debe pasarse sin ellas. [03:23:29] El castillo levantado por Francisco Esforza en Milán ha traído y traerá más insabores [03:23:36] a la casa Esforza que todas las revueltas que se produzcan en el Estado. [03:23:42] Pero en definitiva no hay mejor fortaleza que el no ser odiado por el pueblo, porque [03:23:49] si el pueblo aborrece al príncipe, no lo salvarán todas las fortalezas que posea, [03:23:56] pues nunca faltan al pueblo, una vez que ha empuñado las armas extranjeros que los socorran. [03:24:03] En nuestros tiempos no se ha visto que hayan favorecido a ningún príncipe, salvo a la [03:24:11] condesa de Zorli, después de la muerte del conde Jerónimo, su marido, porque gracias [03:24:18] a ellas pudo escapar al furor popular, esperar el socorro de Milán y recuperar el Estado. [03:24:28] Pero entonces las circunstancias eran tales que los extranjeros no podían auxiliar al [03:24:34] pueblo. Y después su fortaleza de nada le sirvió cuando César Borgia la asaltó y [03:24:42] y el pueblo se plegó a él por odio a la condesa. Por lo tanto, mucho más seguro le [03:24:50] hubiera sido, entonces y siempre, no ser odiada por el pueblo que tener fortalezas. [03:24:59] Consideradas pues estas cosas, elogiaré tanto a quien construya fortalezas como a quien [03:25:06] no las construya, pero censuraré a todo el que, confiando en las fortalezas, tenga [03:25:14] en poco el ser odiado por el pueblo. [03:25:20] Capítulo XXI. [03:25:21] Cómo debe comportarse un príncipe para ser estimado. [03:25:27] Nada hace tan estimable a un príncipe como las grandes empresas y el ejemplo de raras [03:25:34] virtudes. [03:25:36] de ello es Fernando de Aragón, actual rey de España, a quien casi puede llamarse Príncipe [03:25:43] Nuevo, pues de rey sin importancia se ha convertido en el primer monarca de la cristiandad. [03:25:51] Sus obras, como puede comprobar lo quien las examine, han sido todas grandes y algunas [03:25:58] extraordinarias. En los comienzos de su reinado tomó por asalto [03:26:04] a Granada, punto de partida de sus conquistas. Hizo la guerra cuando estaba en paz con los [03:26:11] vecinos, y sabiendo que nadie se opondría, distrajo con ella la atención de los nobles [03:26:19] de Castilla, que, pensando en esa guerra, no pensaban en cambios políticos, y por este [03:26:27] medio adquirió autoridad y reputación sobre ellos y sin que ellos se diese en cuenta. [03:26:35] Con dinero del pueblo y de la Iglesia pudo mantener sus ejércitos a los que templó [03:26:41] en aquella larga guerra y que tanto lo honraron después. Más tarde, para pueder iniciar empresas [03:26:49] de mayor envergadura, se entregó, sirviéndose siempre de la Iglesia, a una piadosa persecución, [03:26:58] y despojó y expulsó de su reino a los Marranos. No puede haber ejemplo más admirable y maravilloso. [03:27:08] Con el mismo pretexto invadió el África, llevó a cabo la campaña de Italia y últimamente [03:27:15] atacó a Francia porque siempre meditó y realizó hazañas extraordinarias que provocaron [03:27:23] el constante estupor de los súbditos y mantuvieron su pensamiento ocupado por entero en el éxito [03:27:31] de sus aventuras. Y estas acciones suyas nacieron de tal modo una tras otra que no dio tiempo [03:27:41] a los hombres para pueder preparar con tranquilidad algo en su perjuicio. [03:27:48] También ocurre, en beneficio del Príncipe, el hallar medidas sorprendentes en lo que [03:27:54] se refiere a la Administración, como se cuenta que las hallaba Bernabó de Milán. [03:28:01] Y cuando cualquier subdito hace algo notable, bueno o malo, en la vida civil, hay que descubrir [03:28:10] un modo de recompensarlo o castigarlo que dé amplio tema de conversación a la gente. [03:28:17] Y, por encima de todo, el Príncipe debe ingeniarse, por parecer grande e ilustre, en cada uno [03:28:26] de sus actos. [03:28:27] Así mismo se estima al Príncipe capaz de ser amigo o enemigo franco, es decir, al [03:28:36] que, sin temores de ninguna índole, sabe declararse abiertamente en favor de uno y [03:28:43] en contra de otro. El abrazar un partido es siempre más conveniente que el permanecer [03:28:50] neutral, porque si dos vecinos puederosos se declaran la guerra, el príncipe puede encontrarse [03:28:59] en uno de estos casos que por ser adversarios fuertes tenga que temer a cualquier cosa [03:29:07] de los dos que gane la guerra o que no, en uno o en otro caso siempre le será más útil [03:29:17] decidirse por una de las partes y hacer la guerra. Pues en el primer caso, si no se define, [03:29:25] presa del vencedor, con placer y satisfacción del vencido, y no hallará compasión en aquel [03:29:33] ni asilo en éste, porque el que vence no quiere amigos sospechosos y que no le ayuden [03:29:41] en la adversidad, y el que pierde no puede ofrecer ayuda a quien no quiso empuñar las [03:29:49] armas y arriesgarse en su favor. Antíoco, llamado a Grecia por los etóilos [03:29:58] para arrojar de allí a los romanos, mandó embajadores a los acayos, que eran amigos [03:30:05] de los romanos, para convencerlos de que permaneciesen neutrales. Los romanos, por el contrario, [03:30:13] pedían que tomaran armas a su favor. Se debatió el asunto en el Consejo de los Acaios [03:30:20] y cuando el enviado de Antíoco solicitó neutralidad, el representante romano replicó [03:30:28] Quod orautemisti dicun no interponendi vos vello, ni il magis alienum rebus vestris est, [03:30:41] sine gratia sine dignitate praemium victorius eritis. [03:30:48] Y siempre verás que aquel que no es tu amigo te exigirá la neutralidad, y aquel que es [03:30:55] amigo tuyo, te exigirá que demuestres tus sentimientos con las armas. Los príncipes [03:31:03] irresolutos para evitar los peligros presentes siguen la más de las veces el camino de la [03:31:11] neutralidad y las más de las veces fracasan, pero cuando el príncipe se declara valientemente [03:31:18] por una de las partes, si triunfa aquella a la que se une, aunque sea puederosa, y él [03:31:26] quede a su discreción, estarán unidos por un vínculo de reconocimiento y de afecto, [03:31:33] y los hombres nunca son tan malvados que, dando prueba de tamaña y gratitud, los ojuzguen. [03:31:42] al margen de esto, las victorias nunca son tan decisivas como para que el vencedor no [03:31:48] tenga que guardar algún miramiento, sobre todo con respecto a la justicia. Y si el aliado [03:31:56] pierde, el príncipe será amparado, ayudado por él en la medida de lo posible y se hará [03:32:04] compañero de una fortuna que puede resurgir. En el segundo caso, cuando los que combaten [03:32:12] entre sí no pueden inspirar ningún temor, mayor es la necesidad de definirse, pues no [03:32:20] hacerlo significa la ruina de uno de ellos, al que el príncipe, si fuese prudente, debería [03:32:27] salvar, porque si vence queda a su discreción, y es imposible que con su ayuda no venza. [03:32:37] Conviene advertir que un príncipe nunca debe aliarse con otro más puederoso para atacar [03:32:44] a terceros, sino de acuerdo con lo dicho, cuando las circunstancias lo obligan porque [03:32:51] si venciera queda en su pueder y los príncipes deben hacer lo posible por no quedar a disposición [03:32:59] de otros. [03:33:01] Los venecianos, que pudiendo abstenerse de intervenir, se aliaron con los franceses contra [03:33:08] el duque de Milán, labraron su propia ruina. [03:33:14] Pero cuando no se puede evitar, como sucedió a los florentinos en oportunidad del ataque [03:33:21] de los ejércitos del Papa y de España contra la Lombardía, entonces, y por las mismas [03:33:28] razones expuestas, el príncipe debe someterse a los acontecimientos. Y que no se crea que [03:33:36] los estados pueden inclinarse siempre por partidos seguros. Por el contrario, piénsese [03:33:43] que todos son dudosos, porque acontece en el orden de las cosas que, cuando se quiere [03:33:50] evitar un inconveniente se incurre en otro. Pero la prudencia estriba en saber conocer [03:33:59] la naturaleza de los inconvenientes y aceptar el menos malo por bueno. El príncipe también [03:34:08] se mostrará amante de la virtud y honrará a los que se distinguan en las artes. Asimismo [03:34:16] dará a seguridad a los ciudadanos para que puedan dedicarse tranquilamente a sus profesiones, [03:34:24] al comercio, a la agricultura y a cualquier otra actividad, y que unos no se abstengan [03:34:31] de envellecer sus posesiones por temor a que se las quiten y otros de abrir una tienda [03:34:39] por miedo a los impuestos. Lejos de esto instituirá premios para recompensar a quienes lo hagan [03:34:48] y a quienes traten por cualquier medio de engrandecer la ciudad o el estado. Todas [03:34:55] las ciudades están divididas en gremios o corporaciones a las cuales conviene que el [03:35:03] el Príncipe conceda su atención. Reúnase de vez en vez con ellos y de pruebas de sencillez [03:35:11] y generosidad, sin olvidarse, no obstante, de la dignidad que inviste, que no debe faltarle [03:35:21] en ninguna ocasión. [03:35:25] CAPÍTULO 22. De los secretarios del Príncipe. No es punto caliente de importancia la elección [03:35:35] de los ministros, que será buena o mala, según la cordura del Príncipe. [03:35:43] La primera opinión que se tiene del juicio de un Príncipe se funda en los hombres que [03:35:48] los rodean. Si son capaces y fieles, podrá reputárselo por sabio, pues supo hallarlos [03:35:56] capaces y mantenerlos fieles. Pero cuando no lo son, no podrá considerarse prudente [03:36:05] a un príncipe que el primer error que comete lo comete en esta elección. No había nadie [03:36:13] que, al saber que Antonio de Benafro era ministro de Pandolfo Petrucci, príncipe de Siena, [03:36:22] no juzgase hombre muy inteligente a Pandolfo por tener por ministro a quien tenía. [03:36:31] Pues hay tres clases de cerebros. El primero discierne por sí, el segundo entiende lo [03:36:39] que los otros disciernen, y el tercero no discierne ni entiende lo que los otros disciernen. [03:36:49] El primero es excelente, el segundo bueno y el tercero inútil. Era pues absolutamente [03:36:59] indispensable que si Pandolfo no se hallaba en el primer caso, se hallase en el segundo, [03:37:07] porque con tal que un príncipe tenga el suficiente discernimiento para darse cuenta de lo bueno [03:37:14] o malo que hace y dice, reconocerá, aunque de por sí no las descubra, cuáles son las [03:37:22] obras buenas y cuáles las malas de un ministro, y podrá corregir estas y elogiar las otras. [03:37:31] Y el ministro, que no podrá confiar en engañarlo, se conservará honesto y fiel. [03:37:40] Para conocer a un ministro hay un modo que no falla nunca. [03:37:45] Cuando se ve que un ministro piensa más en él que en uno, y que en todo lo busca sino [03:37:51] su provecho, estamos en presencia de un ministro que nunca será bueno y en quien el príncipe [03:37:59] nunca podrá confiar. Porque el que tiene en sus manos el estado de otro, jamás debe [03:38:08] pensar en sí mismo, sino en el Príncipe, y no recordarle sino las cosas que pertenezcan [03:38:16] a él. Por su parte, el Príncipe, para mantenerlo constante en su fidelidad, debe pensar en [03:38:25] el ministro. Debe honrarlo, enriquecerlo y colmarlo de cargos, de manera que comprenda [03:38:35] que no puede estar sin él, y que los muchos honores no le hagan desear más honores. Las [03:38:43] muchas riquezas no le hagan ansiar más riquezas, y los muchos cargos le hagan temer los cambios [03:38:50] políticos. Cuando los ministros y los príncipes con respecto a los ministros proceden así, [03:39:00] pueden confiar unos en otros. Pero cuando proceden de otro modo, las consecuencias son [03:39:07] perjudiciales tanto para unos como para otros. [03:39:15] P. 23. ¿Cómo huir de los aduladores? No quiero pasar por alto un asunto importante, [03:39:24] y es la falta en que con facilidad caen los príncipes si no son muy prudentes o no saben [03:39:32] elegir bien. Me refiero a los aduladores, que abundan en [03:39:38] todas las cortes, porque los hombres se complacen tanto en sus propias obras, de tal modo se [03:39:45] engañan, que no atinan a defenderse de aquella calamidad. Y cuando quieren defenderse, se [03:39:53] exponen al peligro de hacerse despreciables, pues no hay otra manera de evitar la adulación [03:40:02] que el hacer comprender a los hombres que no ofenden al decir la verdad. [03:40:08] Y resulta que, cuando todos pueden decir la verdad, faltan al respeto. [03:40:16] Por lo tanto, un príncipe prudente debe preferir un tercer modo. [03:40:22] Rodearse de los hombres de buen juicio de su estado, únicos a los que dará libertad [03:40:30] para decirle la verdad, aunque en las cosas sobre las cuales sean interrogados y sólo [03:40:38] en ellas. Pero debe interrogarlos sobre todos los tópicos, [03:40:45] escuchar sus opiniones con paciencia y después resolver por sí y a su albedrío. [03:40:51] Y con estos consejeros comportarse de tal manera que nadie ignore que será tanto más [03:40:59] estimado cuanto más libremente hable. Fuera de ellos, no escuchar a ningún otro, poner [03:41:08] enseguida en práctica lo resuelto y ser obstinado en su cumplimiento. Quien no procede así, [03:41:17] se pierde por culpa de los aduladores o, si cambia a menudo de parecer, es tenido en menos. [03:41:27] a este propósito citar un ejemplo moderno. Fray Lucas Rinaldi, embajador ante el actual [03:41:36] emperador Maximiliano, decía, hablando de su majestad, que no pedía consejos a nadie [03:41:44] y que, sin embargo, nunca hacía lo que quería. Y esto precisamente por proceder en forma [03:41:52] contraria a la aconsejada. Porque el emperador es un hombre reservado que no comunica a nadie [03:42:01] sus pensamientos ni pide pareceres, pero como al querer ponerlos en práctica empiezan a [03:42:09] conocerse y descubrirse y los que los rodean opinan en contra fácilmente desiste de ellos. [03:42:18] donde resulta que lo que hace hoy lo deshace mañana, que no se entiende nunca lo que desea [03:42:26] o intenta hacer, y que no se puede confiar en sus determinaciones. [03:42:34] Por este motivo, un príncipe debe pedir consejos siempre, pero cuando él lo considere conveniente, [03:42:42] y no cuando lo consideren conveniente los demás, por lo cual debe evitar que nadie [03:42:48] emita pareceres mientras no sea interrogado. Debe preguntar a menudo, escuchar con paciencia [03:42:57] la verdad acerca de las cosas sobre las cuales ha interrogado, y ofenderse cuando se entera [03:43:05] de que alguien no se la ha dicho por temor. Se engañan los que creen que un príncipe [03:43:13] es juzgado sensato gracias a los buenos consejeros que tiene en derredor y no gracias a sus propias [03:43:22] cualidades. Porque esta es una regla general que no falla nunca. Un príncipe que no es [03:43:30] sabio no puede ser bien aconsejado y, por ende, no puede gobernar, a menos que se ponga [03:43:39] bajo la tutela de un hombre muy prudente que lo guíe en todo. Y aún en este caso duraría [03:43:48] poco en el pueder, pues el ministro no tardaría en despojarlo del Estado. Y si pide consejo [03:43:56] a más de uno, los consejos serán siempre distintos, y un príncipe que no sea sabio [03:44:04] no podrá conciliarlos. Cada uno de los consejeros pensará en lo suyo, y él no podrá saberlo [03:44:13] ni corregirlo. Y es imposible hallar otra clase de consejeros, porque los hombres se [03:44:19] comportarán siempre mal, mientras la necesidad no los obligue a lo contrario. De esto se [03:44:28] concluye que es conveniente que los buenos consejeros vengan de quien vinieren, nazcan [03:44:35] de la prudencia del Príncipe, y no de la prudencia del Príncipe de los buenos consejos. [03:44:44] P. 24. ¿Por qué los príncipes de Italia perdieron sus estados? Las reglas que acabo [03:44:53] de exponer, llevadas a la práctica con prudencia, hacen parecer antiguo a un príncipe nuevo [03:45:01] y lo consolidan y afianzan enseguida en el estado como si fuese un príncipe hereditario. [03:45:09] Por la razón de que se observa mucho más celosamente la conducta de un príncipe nuevo [03:45:15] que la de uno hereditario, si los hombres la encuentran virtuosa, se sienten más agradecidos [03:45:23] y se apegan más a él que a uno del linaje antiguo, porque los hombres se ganan mucho [03:45:30] mejor con las cosas presentes que con las pasadas. Y cuando en las presentes hayan provecho, [03:45:38] gozan sin inquirir nada. Y mientras el príncipe no se desmerezca en las otras cosas, estarán [03:45:47] siempre dispuestos a defenderlo. Así el príncipe tendrá la doble gloria de haber creado un [03:45:55] principado nuevo y de haberlo mejorado y fortificado con buenas leyes, buenas armas, buenos amigos [03:46:05] y buenos ejemplos. Del mismo modo que será doble la deshonra del que, habiendo nacido [03:46:14] príncipe, pierde el trono por su falta de prudencia. [03:46:21] Si se examina el comportamiento de los príncipes de Italia que en nuestros tiempos perdieron [03:46:27] sus estados, como el rey de Nápoles, el duque de Milán y algunos otros, se advertirá, [03:46:36] en primer lugar en lo que se refiere a las armas, una falta común a todos, la de haberse [03:46:43] apartado de las reglas antes expuestas. Después se verá que unos tuvieron al pueblo por enemigo [03:46:52] y que el que lo tuvo por amigo no supo asegurarse de los nobles. Porque si en estas faltas no [03:46:59] se pierden los estados que tienen recursos suficientes para permitir levantar un ejército [03:47:06] de campaña. [03:47:08] Filippo de Macedonia, no el padre de Alejandro, sino el que fue vencido por Tito Quinchio, [03:47:16] disponía de un ejército reducido en comparación con el de los griegos y los romanos, que lo [03:47:23] atacaron juntos. Sin embargo, como era guerrero y había sabido congraciarse con el pueblo [03:47:31] y contener a los nobles, pudo resistir una lucha de muchos años, y si al fin perdió [03:47:39] algunas ciudades, conservó en cambio el reino. Por consiguiente, estos príncipes [03:47:47] nuestros que ocupaban el pueder desde hacía muchos años, no acusen a la fortuna por haberlo [03:47:55] perdido sino a su ineptitud. Como en épocas de paz nunca pensaron que [03:48:02] podrían cambiar las cosas, es de efecto común de los hombres no preocuparse por la [03:48:09] tempestad durante la bonanza. Cuando se presentaron tiempos adversos, atinaron a huir y no a defenderse [03:48:20] y esperaron que el pueblo, cansado de los ultrajes de los vencedores, volviese a llamarlos. [03:48:30] que es bueno cuando no hay otros. Pero está muy mal dejar los otros por este, pues no [03:48:37] debemos dejarnos caer por el simple hecho de creer que habrá alguien que nos recoja, [03:48:45] porque no lo hay. Y si lo hay y acude, no es para salvación nuestra, dado que la defensa [03:48:53] sido indigna y no ha dependido de nosotros, y las únicas defensas buenas, seguras y durables [03:49:02] son las que dependen de uno mismo y de sus virtudes. [03:49:09] Capítulo 25 Del pueder de la fortuna de las cosas humanas [03:49:16] y de los medios para oponérsele. No ignoro que muchos creen y han creído que [03:49:25] las cosas del mundo están regidas por la fortuna y por Dios, de tal modo que los hombres [03:49:33] más prudentes no pueden modificarlas, y más aún que no tienen remedio alguno contra ellas, [03:49:43] lo cual podrían deducir que no vale la pena fatigarse mucho en las cosas y que es mejor [03:49:51] dejarse gobernar por la suerte. Esta opinión, agozado de mayor crédito en nuestros tiempos [03:50:00] por los cambios extraordinarios, fuera de toda conjetura humana que se han visto y se [03:50:06] se ven todos los días. Y yo, pensando alguna vez en ello, me he sentido algo inclinado [03:50:15] a compartir el mismo parecer. Sin embargo, y a fin de que no se desvanezca nuestro libre [03:50:23] albedrío, acepto, por cierto, que la fortuna sea juez de la mitad de nuestras acciones, [03:50:32] pero que nos deja gobernar la otra mitad, o poco menos. [03:50:37] Y la comparo con uno de esos ríos antiguos que cuando se embrabecen, inundan las llanuras, [03:50:46] derriban los árboles y las casas y arrastran la tierra de un sitio para llevarla a otro. [03:50:55] Todo el mundo huye delante de ellos, todo el mundo cede a su furor. [03:51:01] Y aunque esto sea inevitable, no obsta para que los hombres, en las épocas en que no [03:51:08] hay nada que temer, tomen sus precauciones con diques y reparos de manera que si el río [03:51:17] crece otra vez o tenga que deslizarse por un canal, o su fuerza no sea tan desenfrenada [03:51:25] ni tan perjudicial. Así sucede con la fortuna que se manifiesta con todo su pueder allí [03:51:34] donde no hay virtud preparada para resistirle y dirige sus ímpetus allí donde sabe que [03:51:41] no se han hecho diques ni reparos para contenerla. Y si ahora contemplamos a Italia, teatro [03:51:50] de estos cambios y punto que los ha engendrado, veremos que es una llanura sin diques ni reparos [03:51:58] de ninguna clase, y que si hubiese estado defendida por la virtud necesaria, como lo [03:52:06] están Alemania, España y Francia, o esta inundación no habría provocado las grandes [03:52:14] transformaciones que ha provocado o no se habría producido, y que lo dicho sea suficiente [03:52:23] sobre la necesidad general de oponerse a la fortuna. Pero ciéndome más a los detalles, [03:52:31] me pregunto por qué un príncipe que hoy vive en la prosperidad, mañana se encuentra [03:52:37] en la desgracia, sin que se haya operado ningún cambio en su carácter ni en su conducta. [03:52:43] A mi juicio, esto se debe, en primer lugar, a las razones que expuse con detenimiento [03:52:52] en otra parte, es decir, a que el príncipe que confía ciegamente en la fortuna perece [03:52:59] en cuanto ella cambia. [03:53:03] Creo también que es feliz el que concilia su manera de orar con la índole de las circunstancias, [03:53:10] y que del mismo modo es desdichado el que no logra armonizar una cosa con la otra. [03:53:17] Pues se ve que los hombres, para llegar al fin que se proponen, esto es, a la gloria [03:53:23] y las riquezas, proceden en forma distinta, uno con cautela, el otro con ímpetu, uno [03:53:32] uno por la violencia, el otro por la astucia, uno con paciencia, el otro con su contrario, [03:53:41] y todos pueden triunfar por medios tan dispares. Se observa también que de dos hombres cautos [03:53:50] el uno consigue su propósito y el otro no, y que tienen igual fortuna dos que han seguido [03:53:58] caminos encontrados, procediendo el uno con cautela y el otro con ímpetu, lo cual no [03:54:05] se debe sino a la índole de las circunstancias, que concilia o no con la forma de comportarse. [03:54:15] De aquí resulta que lo que he dicho, que dos que actúan de distinta manera obtienen [03:54:22] el mismo resultado, y que de dos que actúan de igual manera, uno alcanza su objeto y el [03:54:31] otro no. De esto depende a sí mismo el éxito, pues si las circunstancias y los acontecimientos [03:54:40] se presentan de tal modo que el príncipe que es cauto y paciente se ve favorecido, [03:54:46] gobierno será bueno y él será feliz. Mas si cambian, está perdido. ¿Por qué no cambian [03:54:55] al mismo tiempo su proceder? Pero no existe hombre lo suficientemente dúctil como para [03:55:02] adaptarse a todas las circunstancias. Ya porque no puede desviarse de aquello a lo que la [03:55:09] naturaleza lo inclina, ya porque no puede resignarse a abandonar un camino que siempre [03:55:16] le ha sido próspero. El hombre cauto fracasa cada vez que es preciso ser impetuoso, que [03:55:24] si cambiase de conducta junto con las circunstancias, no cambiaría su fortuna. El Papa Julio II [03:55:34] se condujo impetuosamente en todas sus acciones, y las circunstancias se presentaron tan de [03:55:41] acuerdo con su modo de obrar que siempre tuvo éxito. [03:55:47] Considérese su primera empresa contra Bologna cuando aún vivía Juan Ventiboglio. Los venecianos [03:55:55] lo veían con desagrado y el rey de España deliberaba con el de Francia sobre las medidas [03:56:03] por tomar. Pero Julio II, llevado por su ardor y su ímpetu, inició la expedición poniéndose [03:56:12] él mismo al frente de las tropas. Semejante paso dejó sus pensos a España y a los venecianos, [03:56:21] y éstos por miedo, y aquella con la esperanza de recobrar todo el reino de Nápoles, no [03:56:29] se movieron. Por otra parte, el rey de Francia se puso de su lado, pues al ver que Julio [03:56:37] II había iniciado la campaña y como quería ganarse su amistad para humillar a los venecianos, [03:56:46] juzgó no pueder negarle sus tropas sin ofenderlo en forma manifiesta. Así pues Julio II, con [03:56:56] con su impetuoso ataque, hizo lo que ningún pontífice hubiera logrado con toda la prudencia [03:57:03] humana. Porque si él hubiera esperado para partir de Roma a tener todas las precauciones [03:57:10] tomadas y ultimados todos los detalles, como cualquier otro pontífice hubiese hecho, jamás [03:57:18] habría triunfado porque el rey de Francia hubiera tenido mil pretextos y los otros [03:57:25] amenazado con mil represalias. [03:57:29] Prefiero pasar por alto sus demás acciones, todas iguales a aquella y todas premiadas [03:57:36] por el éxito, pues la brevedad de su vida no le permitió conocer lo contrario. [03:57:42] Que, a sobrevivir circunstancias en las que fuera preciso conducirse con prudencia, corriera [03:57:50] a su ruina, pues nunca se hubiese apartado de aquel modo de obrar al cual lo inclinaba [03:57:58] su naturaleza. [03:58:01] Se concluye entonces que, como la fortuna varía y los hombres se obstinan en proceder [03:58:07] de un mismo modo, serán felices mientras vayan de acuerdo con la suerte e infelices [03:58:15] cuando estén en desacuerdo con ella. Sin embargo, considero que es preferible ser [03:58:21] impetuoso y no cauto, porque la fortuna es mujer y se hace preciso, si se la quiere tener [03:58:30] su misa, golpearla y zaerirla, y se ve que se deja dominar por estos antes que por los [03:58:39] que actúan con tibieza. Y como mujer es amiga de los jóvenes, porque son menos prudentes [03:58:47] y más fogosos, y se imponen con más audacia. [03:58:52] 26. EXHORTACIÓN A LIBERAR A ITALIA DE LOS BÁRBAROS [03:59:01] Después de meditar en todo lo expuesto, me preguntaba si en Italia, en la actualidad, [03:59:07] las circunstancias son propicias para que un nuevo príncipe pueda adquirir gloria. [03:59:14] Esto es necesario a un hombre prudente y virtuoso para instaurar una nueva forma de gobierno [03:59:21] por la cual, honrándose a sí mismo, hiciera la felicidad de los italianos. [03:59:28] Y no puedo menos que responderme que eran tantas las circunstancias que concurrían [03:59:36] en favor de un príncipe nuevo que difícilmente podría hallarse momento más adecuado. [03:59:41] Y si, como he dicho, fue preciso para que Moisés pusiera de manifiesto sus virtudes [03:59:50] que el pueblo de Israel estuviese esclavizado en Egipto, y para conocer la grandeza de Ciro [03:59:57] que los persas fuesen oprimidos por los medas, y la excelencia de Teseo que los atenienses [04:00:05] se dispersaran del mismo modo para conocer la virtud de un espíritu italiano, era necesario [04:00:13] que Italia se viese llevada al extremo en que yace hoy, y que estuviese más esclavizada [04:00:21] que los hebreos, más oprimida que los persas, y más desorganizada que los ateniense, que [04:00:29] careciera de jefe y de leyes, que se viera castigada, despojada, escarnecida e invadida, [04:00:38] y que soportara toda clase de vejaciones, y aunque hasta ahora se haya notado en éste [04:00:45] o en aquel hombre algún destello de genio, como para creer que había sido enviado por [04:00:51] Dios para redimir estas tierras, no tardó en advertirse que la fortuna lo abandonaba [04:00:58] en lo más alto de su carrera. De modo que casi sin un soplo de vida, espera [04:01:05] Italia al que debe curarla de sus heridas. Poner fin a los saqueos de la Lombardía y [04:01:13] a las contribuciones del Reame y de Toscana y cauterizar sus llagas desde tanto tiempo [04:01:20] gangrenadas. Venla como ruega a Dios que le envíe a alguien que la redima de esa crueldad [04:01:30] e insolencia de los bárbaros. [04:01:33] Vedla pronta y dispuesta a seguir una bandera mientras haya quien la empuñe. [04:01:40] Y no se ve en la actualidad en quien uno pueda confiar más que en vuestra ilustre casa, [04:01:48] para que con su fortuna y virtud, preferida de Dios y de la Iglesia, de la cual es ahora [04:01:55] príncipe pueda hacerse jefe de esta redención. Y esto no os parecerá difícil si tenéis [04:02:03] presentes la vida y acciones de los príncipes mencionados. [04:02:09] Y aunque aquellos fueron hombres raros y maravillosos, no dejaron de ser hombres, y no tuvo ninguna [04:02:17] ocasión tan favorable como la presente, porque sus empresas no fueron más justas [04:02:25] ni más fáciles que ésta, ni Dios les fue más benigno de lo que lo es con vos. [04:02:33] ¿Qué es justicia grande? [04:02:37] Justum enim est bellum qui bus necessarium. [04:02:44] pia arma, uvi nulla nisi, in armis spes est. [04:02:53] Aquí hay disposición favorable, y donde hay disposición favorable no puede haber grandes [04:02:59] dificultades, y sólo falta que vuestra casa se inspire en los ejemplos de los hombres [04:03:06] que he propuesto por modelos. Además, se ven aquí acontecimientos extraordinarios, [04:03:14] sin precedentes, ejecutados por voluntad divina. Las aguas del mar se han separado, una nube [04:03:22] os ha mostrado el camino, ha brotado agua de la piedra y ha llovido maná. Todo concurre [04:03:31] a vuestro engrandecimiento. A vos os toca lo demás. Dios no quiere hacerlo todo para [04:03:38] no quitarnos el libre albedrío ni la parte de gloria que nos corresponde. ¿No es asombroso [04:03:46] que ninguno de los italianos a quien he citado haya podido hacer lo que es de esperar que [04:03:52] haga vuestra ilustre casa? ¿Ni es extraño que después de tantas revoluciones y revueltas [04:03:59] guerreras parezca extinguido el valor militar de nuestros compatriotas. Pero se debe a que [04:04:08] la antigua organización militar no era buena y a que nadie ha sabido modificarla. Nada [04:04:16] honra tanto a un hombre que se acaba de elevar al pueder como las nuevas leyes y las nuevas [04:04:23] instituciones ideadas por él, que si están bien cimentadas y llevan algo grande en sí [04:04:30] mismas, lo hacen digno de respeto y admiración. [04:04:36] Italia no carece de arcilla modelable, que si falta valor en los jefes, sobrales a los [04:04:42] soldados. Fijaos en los duelos y en las riñas, y advertid cuán superiores son los italianos [04:04:51] en fuerza, destreza y astucia. Pero en las batallas, y por culpa exclusiva de la debilidad [04:04:59] de los jefes, su papel no es nada brillante. Porque los capaces no son obedecidos, y todos [04:05:07] se creen capaces, pero hasta ahora no hubo nadie que supiese imponerse por su valor y [04:05:14] y su fortuna y que hiciese ceder a los demás. A esto hay que atribuir el que en tantas guerras [04:05:23] habidas durante los últimos 20 años los ejércitos italianos siempre hayan fracasado, [04:05:31] como lo demuestran Taro, Alejandría, Capua, Génova, Bailá, Bologna y Mestri. [04:05:42] Si vuestra ilustre casa quiere emular a aquellos eminentes varones que libertaron a sus países, [04:05:50] es preciso ante todo y como preparativo indispensable a toda empresa que se rodee de armas propias, [04:05:59] porque no puede haber soldados más fieles, sinceros y mejores que los de uno. [04:06:06] Y si cada uno de ellos es bueno, todos juntos, cuando vean que quien les dirige los honra [04:06:14] y los trata paternalmente, es un príncipe en persona, serán mejores. [04:06:21] Es pues necesario organizar estas tropas para defenderse con el valor italiano de los extranjeros. [04:06:30] Y aunque las infanterías suiza y española tienen fama de temibles, ambas [04:06:37] adolecen de defectos, de manera que un tercer orden podría no solo contenerlas, sino vencerlas. [04:06:46] Porque los españoles no resisten a la caballería, y los suizos tienen miedo de la infantería [04:06:53] que se muestra tan porfiada como ellos en la batalla. [04:06:59] De aquí que se haya visto y volverá a verse que los españoles no pueden hacer frente [04:07:05] a la caballería francesa y que los suizos se desmoronan ante la infantería española. [04:07:12] Y por más que de esto último no tengamos una prueba definitiva, puedemos darnos una [04:07:20] idea por lo sucedido en la batalla de Ravenna, donde la infantería española dio la cara [04:07:27] a los batallones alemanes, que siguen la misma táctica que los suizos. Pues los españoles, [04:07:35] ágiles de cuerpo con la ayuda de sus broqueles, habían penetrado por entre las picas de los [04:07:42] alemanes y los acuchillaban sin riesgo y sin que estos tuviesen defensa, y a no haber embestido [04:07:49] la caballería no hubiese quedado alemán con vida. Por lo tanto, conociendo los defectos [04:07:55] de una y otra infantería, es posible crear una tercera que resista a la caballería y [04:08:02] a la que no asusten los soldados de a pie, lo cual puede conseguirse con nuevas armas [04:08:09] y nueva disposición de los combatientes. Y no ha de olvidarse que son estas cosas las [04:08:16] que dan autoridad y gloria a un príncipe nuevo. [04:08:21] no se debe pues dejar pasar esta ocasión para que Italia, después de tanto tiempo, [04:08:29] vea por fin a su Redentor. No puedo expresar con cuánto amor, con cuánta sed de venganza, [04:08:38] con cuánta obstinada fe, con cuánta terura, con cuántas lágrimas sería recibido en [04:08:45] todas las provincias que han sufrido el aluvión de los extranjeros? ¿Qué puertas se le cerrarían? [04:08:54] ¿Qué pueblos negarían de obediencia? ¿Qué envidias se le opondrían? ¿Qué italiano [04:09:02] les rehusaría su homenaje? A todos repuna esta dominación de los bárbaros. [04:09:10] Abrace pues, vuestra ilustre familia, esta causa con el ardor y la esperanza con que [04:09:18] se abrazan las causas justas, a fin de que bajo su enseña la patria se ennoblezca y [04:09:26] bajo sus auspicios se realice la aspiración de Petrarca. [04:09:33] La virtud tomará las armas contra el atropello. [04:09:37] El combate será breve, puesto que el antiguo valor en los corazones italianos aún no ha muerto.